“Por desgracia, hija mía, me acuerdo mejor de esta historia que de lo que
comí ayer al mediodía, algo que nunca olvidaré”, me dijo mi abuelo.
“Vivíamos muy tranquilos en el pueblo (Pancrudo) todos, mi padre y madre y mis dos
hermanos Domingo y Consuelo, hasta que en 1936 comenzó la guerra. Ahí, la
verdad, tenía solo seis años y no entendía mucho qué estaba ocurriendo en el
pueblo pero pronto me lo explicaron.
Unos días había soldados del bando de los rojos en el pueblo, otros
estaban los nacionales así durante no mucho tiempo teniendo yo fe de ello ya
que nos hicieron evacuar a todos poco tiempo después. El pueblo era de los
rojos y venían los nacionales, eso de que a unas tierras se les asociaba por
obligación un bando u otro no lo llegué a entender, aunque mi familia no era de
ningún bando ni tenían ningún tipo de ideologías políticas.
Mi padre, mientras este periodo de cambios de soldados y bandos, trasladó
el cuidado de sus animales a Villarluengo. Tenía miedo de que acabaran con
ellos, porque los soldados destrozaban todo que tenían a su alcance y si
mataban a sus animales ¿de qué comeríamos? Pero él una vez por semana venía a
casa a visitarnos, hasta tal día que los soldados rojos empezaron a sospechar
de él porque pensaban que era un espía de los nacionales. Le detuvieron y
metieron en la cárcel.
Un día después del susodicho suceso los soldados nos hicieron evacuar
como ya te he dicho; nos llevaron a mis
dos hermanos, a mi madre, a mí y al resto del pueblo en camiones. A nosotros
nos alojaron en Mora La Nueva
(Tarragona), en casa de unos familiares.
Allí en Mora no me quejo, la verdad, de cómo vivíamos a comparación con
otros en esos tiempos que corrían. Mi madre trabajaba en un buen hotel de la familia ejerciendo la
labor cocinera y yo ahí únicamente jugaba con mis hermanos y primos. A todos
refugiados de allí se los llevaron un día a Tarragona. Nunca supe muy bien a
qué, solo sé que a nada bueno porque mi tío no nos dejó que fuéramos. Él sabría
lo que había y nos quedamos en Mora unos días más para marchar pronto a Allisar,
otro pueblo de Tarragona, porque venían las fuerzas y querían avanzar
territorio.
Allí malvivíamos bastante, no teníamos comida, ni trabajo. Los más
jóvenes de la casa teníamos que ir a robar a la iglesia, o a algún campo por la
noche para que no se nos viera, pero todo eso lo hacíamos para sobrevivir, los
peores años de mi vida. En este pueblo, una tarde, al ir a por leña con mi tío
pude ver una lucha entre aviones, algo terrible: ver caer una torre por algún
impacto.
En Allisar estuvimos hasta que acabó la guerra en 1939 con solo 9 años.
Volvimos al pueblo y me quedé petrificado al ver una cuarta parte de mi casa
hundida por el estallido de una bomba en su interior.
Tuvimos que irnos a vivir un tiempo a casa de mi abuela a Rillo. Allí estuve
bien aunque no mucho tiempo. Mis padres me mandaron a estudiar a las Escuelas
Pías de Zaragoza, un colegio privado de frailes donde aprendí todo que sé,
pronto volví porque ya en casa mis padres me necesitaban para trabajar. Supe lo
que era trabajar con 11 años, pero por lo menos feliz con toda la familia junta,
no cada uno disperso por España.
Demasiado tranquilo parecía que iba todo hasta que los soldados
nacionales se llevaron a mi padre a la cárcel por error: él tenía dos nombres
por ser hijo ilegítimo porque la iglesia no confirmó el matrimonio de sus
padres y de llamarse en el juzgado y verdaderamente “Blas Simón Martín”, la
iglesia le puso “Blas Gracia Gracia”. Y el juzgado buscaba a un tal Blas Simón
Martín porque era un calamidades, mató a mucha gente en la guerra y lo
perseguían. Pero de lo que estoy totalmente seguro es de que mi padre no era, y
tan seguro que el señor murió posteriormente a mi padre. No tenía familia y por
equivocación nos llegó su herencia, pero la devolvimos. Bueno sigo, el juzgado
buscó nombres y mi padre por el juzgado se llamaba así, le vinieron a buscar y
se lo llevaron prisionero.
Mi madre y el alcalde del pueblo tras esto reclamaron, ella explicó lo
sucedido con los apellidos. Y gracias a las insistencias y realidades que
contaron le soltaron y volvió a casa. Poco tiempo después, mi padre falleció. Y
todos hacíamos la vida diaria normal.
Hasta otro día, pensarás que mi vida está llena de anécdotas
¿eh? Pues bueno el veterinario del pueblo también lo era de Calamocha y sabía
lo bien que cocinaba mi madre, un día
que vino Franco a Calamocha le dijo a mi madre que le hiciera ella la comida,
que era una experta sobre todo de sus famosas patatas huecas, vino José el veterinario
a por ella y se la llevó a hacerles la comida a Franco y demás compañía del
ayuntamiento. Todos muy agradecidos le hicieron un regalo a mi madre por la
comida.
Y para ya finalizar del último suceso que recuerdo de la época de
posguerra fue en Madrid, en una conmemoración que fui con mi madre y allí
Franco la abrazó, se alegró de ver a mi madre y hablamos con él”
Noelia García (4ºA)
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