Seguramente, yo no sea la más indicada para hablar de este tema, pues mi opinión (aparte de poco interesante por mi notable falta de formación) nunca podría ser objetiva, pues he aprendido a amar lo que República representó y a creer en ella, en sus esfuerzos por cambiar una sociedad injusta con bases como la igualdad entre hombres y mujeres de toda condición, el derecho a una educación laica...
Por último, antes del relato, ahí va una definición que alguien encontró y me mostró:
REPÚBLICA: Quimera, utopía, ideal de convivencia, una forma de ser y de estar, un paraíso perdido antes, casi, de haberlo podido disfrutar.
Compañera de nuestros días
No es una mujer: es una corteza que se apoya en unos pies duros, que sube por un vientre donde los partos dejan huellas de torrente, que se derriba en unos pechos sin lozanía, cabizbajos desde la adolescencia, marchitos y requemados desde que empezaron a ser pechos. El sol, el hambre, la pena, el trabajo, han mordido las facciones y proporciones de esta mujer que pudo ser bella y que resultó terriblemente hermosa bajo el arco de su pañuelo. Tengo muchos motivos para pegar martillazos contra los culpables de la tristeza de las campesinas de España: mi madre ha sido, es una de las víctimas del régimen esclavizador de la criatura femenina... Creció sobre la tierra con dificultad de rama pobre de savia, y la abundancia de hijos de su madre y la escasez de pan pesaron pronto sobre sus brazos de chiquilla hambrienta. Desgastó las losas de su casa fregándolas arrodillada en sus ocho, diez, doce años; perdió pelo en las palizas que recibía de su madre si no fregaba con el esmero que se exigía, y lloró dentro de muchos inviernos lavando la ropa de sus hermanos al agua de nieve que hay en todos los arroyos a las cuatro de la mañana. Recuerdo a mis hermanas cuando escribo estas palabras, y recuerdo a todas las hermanas de los pobres... A los catorce años, la chiquilla ganaba un jornal humillante recogiendo aceituna, espigando rastrojos, trillando centeno, cogiendo la fruta de los huertos de los señores amos. Luego, ya mayor, vinieron labores más rudas y deshonrosas para su cuerpo: empuño la hoz y la esteva como el hombre. Y sus huesos y su carne, a pesar de las agotadoras faenas, se resistían a la deformación, no se masculinizaban, se alzaban prodigiosamente bellos, femeninos, eran presa forzosa del rico que poseía la tierra de su padre.
Miguel Hernández Sánchez