jueves, 24 de abril de 2014

GUERREROS UNIDOS POR LA SUPERVIVENCIA

Mi abuelo materno: Ángel, tenía siete años cuando empezó la guerra. Un día estaba de pastor en el campo con trece ovejas cuando un grupo de hombres, a los que llamaban los rojos y de los cuales no había obtenido mucha información beneficiosa, le pidieron una oveja porque decían que el trece no era un buen número, mi abuelo no se negó, pues después de todo lo que había oído sobre aquellos hombres supo que si se negaba algo terrible le podría ocurrir. Esos hombres eran los que al parecer, estaban arrasando con toda la comida y con todos los medios necesarios para vivir de su familia, amigos y conocidos, y eran los que muchas veces invadían sus casas sin ninguna educación y se lo llevaban todo, incluso a hombres y mujeres. Una tarde habían encontrado paseando a dos mujeres del pueblo y las ordenaron ir con ellos, pero una de ellas les suplicó que les permitiese quedarse, pues tenían que alimentar a un bebé recién nacido con sus mamas. Ante esta situación, los hombres les dijeron que se sacaran los pechos para comprobar si llevaban leche o era una falsa escusa, una de las mujeres la llevaba, pero los hijos de la otra mujer por desgracia eran un poco más mayores y sus mamas no contenían ya leche, por ello dejaron marchar a una mientras que a la otra se la llevaron Dios sabe dónde, pues nadie más del pueblo ha vuelto a saber de ella ni de su posible cadáver. Como esta historia había oído muchas y ninguna de ellas traía algo bueno de ese grupo de hombres. Por ejemplo, el padre de mi abuela Alejandra, había sido encarcelado en Albarracín sin razón y mientras su estancia allí, en la cárcel, oía como llamaban a otras personas y las mataban, por ello pasó mucho miedo pero por suerte, lo soltaron de la cárcel con las mismas razones por las que le metieron: ninguna. Mi abuelo me ha contado que había muchísimos espías y que por ello había que cuidar las palabras que cada uno decía. Las trincheras iban desde Terriente pasando por Cuenca, Veguillas y Valencia y éstas estaban protegidas por una alta alambrada con ametralladoras en varios puntos. En las trincheras había muchos cuerpos y mi abuelo y muchas personas al finalizar la guerra acudían allí para coger las placas de metal que tenían y poder conseguir algo de dinero para poder sobrevivir, aunque alguna vez que otra, tras el metal se levaban un buen repujo de carne muerta y ensangrentada.
 Durante la guerra me ha contado que muchos niños morían o perdían partes de su cuerpo porque cogían las bombas para jugar o para intentar desmontarlas y quedarse con hierro para poderlo vender, mi abuelo por el contrario, prefería desmontar las balas. Por lo que me ha contado los rojos realizaban los cruces por los montes de Cuenca, aunque aun así era complicado. Pero para mi abuelo, la guerra no tuvo punto de comparación con la posguerra, en la posguerra lo pasaron mucho peor, pasaron mucha hambre y su economía no era la suficiente para poder sobrevivir, su situación era desesperada. Además, estaban los campamentos de los Maquis que a menudo se acercaban a pedir comida a las casas de los vecinos o a los corrales para refugiarse, su hermano se llevó un buen susto cuando un día al subir al corral a encerrar las pocas gallinas que les quedaban, encontró allí un grupo de Maquis que le pidieron con real humildad que no se asustase y que no comentase nada de su presencia allí. Al parecer sus campamentos se sitiaban por el Toril, por Terriente, por Valencia, por Jabaloyas y por San Cristóbal entre otros lugares. El pueblo donde vivía mi abuelo era el Villarejo de Terriente, cercano a estos lugares. 



Por parte de mi abuelo paterno, que no recuerda mucho esta época ya que nació cuatro meses después de que la guerra estallase, es que tuvo que ser bautizado dos veces, pues al finalizar la guerra le dijeron que su primer bautizo no era válido por haberse dado en tiempos de guerra. Cuando nació, los rojos se habían llevado a su padre a la guerra y cuando éste volvió, no quería dormir con él porque decía que no conocía a ese hombre. También recuerda que se los llevaron a Palomar y tuvieron que cargar en el macho todo lo que pudieron, el camino fue duro pues hacía mucho frío y la nieve dificultaba su paso. Antes de esto, a la llegada de los rojos al pueblo, éstos se metieron a la iglesia y empezaron a quemar todo lo religioso que encontraban a su paso. También me ha contado que había muchas familias que tenían que luchar frente contra frente y que por las noches, se solían reunir en el valle de debajo de las dos montañas en las que se situaban para disparar, para contarse que tal estaban y hablar un poco sobre sus vidas. También conoció y conoce familias que perdieron a sus hijos en la guerra y en la posguerra al utilizar armas, como por ejemplo bombas, como juguetes. Esto es todo lo que mi abuelo Jorge me ha podido contar. Pero, por suerte tengo una grabación de su madre hablando un poco más sobre su historia durante la guerra, mi bisabuela Visita (habla sobre su situación después de que mi bisabuelo hubiese vuelto de otras batallas y mi abuelo Jorge ya tuviese poco más de un año):
“Bueno, pues primero de la guerra, aquí estaban los rojos (en Las Parras de Martín) y nos hicieron salir a Utrillas y estuvimos en Utrillas y de Utrillas nos tuvimos que ir a Palomar, yo tenía los dos hijos: el Pedro y el Jorge. Nos fuimos con nieve, y en Escucha salimos quizá barriendo por Escucha todo, nos salimos entre las llamas a Palomar, o sea a unos pajares que había, ha hacer noche, pero venían las balas por el pajar y tuvimos que salir con nieve y los dos chicos andando. Y nos llegamos hasta Palomar y en Palomar nos pudimos quedar. Venían por Cervera los nacionales. Él vino, o sea Juan Antonio se tuvo que ir con los rojos que nos iban siguiendo detrás, aunque él vino se quería quedar pero no pudo, se tuvo que marchar, como le habían cogido las fincas se tuvo que ir a más de a paso, vinieron ahí a buscarlo a la casa y se tuvo que marchar y nosotros nos quedamos. Y entonces de allí, ya nos volvimos para casa, no teníamos nada, cuando llegamos, todo estaba deshecho, nos quedamos sin nada. Hasta que después lo vendió el mismo y entonces pudimos comprar un macho que nos salió del abuelo, nos lo compró él mismo se puede decir y estuvimos trabajando las tierras. Y poco a poco, pues nos encontramos con comida. Iban con otro macho, iba a labrar el abuelo, se iba el mismo a labrar y labraba para la tía Teresa también y así labraba para ir comiendo, así que cuando la guerra nos pasó todo eso. Lo del brazo del abuelo a lo primero sí que podía trabajar, pero después se le hizo un bulto donde le había quedado la metralla y se le tuvieron que cortar por causa de eso, por causa del médico que no lo curó bien, y al no curarlo bien, pues le tocó la vena principal y se desangraba, y tuvieron que cortarle el brazo derecho por causa de eso, al cabo de unos años ya.”

Mi bisabuelo, en la batalla de Brunete tuvo suerte. El primer golpe de suerte fue cuando una bomba de la aviación enemiga se clavo bajo él y un soldado, estos salieron disparados por los aires a causa del impacto pero gracias a que la bomba no explotó no murieron. El segundo golpe de suerte es el que le llevó a perder el brazo derecho más adelante como cuenta mi bisabuela: una bomba explotó cerca de él y resultó herido de metralla que se le clavaron en la pierna izquierda y en el brazo derecho. Gracias a estas heridas, cuando su batallón tuvo que ir a luchar al frente de Madrid, él no fue. Todos sus compañeros perdieron la vida allí, si no hubiera sido por esas heridas de metralla, seguramente él también hubiese muerto. Cómo estaba herido, durante la batalla de Teruel llevaba comida y bebida desde Martín hasta Teruel, en sus trayectos veía muchos fallecidos a causa del frío y otros que les iban pinchando en sus extremidades para comprobar hasta dónde llegaba la congelación de su cuerpo y cortar así lo congelado para evitar su extensión y su muerte. Éste mismo, cuando comenzó la guerra tuvo que vigilar a su amigo y vecino del pueblo hasta el cementerio de Vivel dónde los rojos acabarían con su vida por incumplir la orden de entrega de todas las armas que se había dado poco antes, pues él había escondido una pistola en la chimenea de su casa, el descubrimiento de ésta por los rojos fue lo que le llevó a su ejecución. Cuando se despidió en la puerta del cementerio de mi bisabuelo, pues ambos sabían que destino le esperaba al pobre hombre, le entregó su tapabocas (una prenda para protegerse del frío) y le dijo: -Toma Juan Antonio, que ya no lo voy a necesitar más. Cuando mi bisabuelo volvía a casa, escuchó los disparos que acabaron con la vida de su compañero.
GLORIA CHULILLA BARRERA-S4B

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