Salimos de Colliure y llegamos a pisar la misma arena que los pies maltrechos de los exiliados
españoles rozaron en la playa de Argelès-sur-Mer, campo de concentración a la
intemperie que los franceses improvisaron para acoger a los miles de españoles
que iban llegando.
Se cree que por los Pirineos orientales pasaron más de 350 000
personas exiliadas de todas las edades, de ellos 100 000 fueron “acogidas” en
este campo de concentración, que no era más que una playa peinada por el viento
frío del invierno, cercada por alambradas, sin barracones ni letrinas. Cuentan
que hacía tanto frío en Argelès que los prisioneros se arrebujaban unos a otros
tapándose con la arena de la playa para que el frío del mar no hiciera escarcha
con el frío del alma.
Hoy día un mojón recuerda a aquellos españoles que sufrieron
la pobreza, la miseria y la falta de libertad en aquella cárcel, por la
siniestra acogida de la “grandeur de la France”.
En medio de esta tragedia y de esta desolación, también hay
ejemplos que nos hacen creer en la solidaridad de los seres humanos, como es el
caso de la maestra suiza Elisabeth Eidenbenz que en las afueras del pueblo de Elna
compró un caserón modernista para organizar una maternidad y así acoger a las
mujeres españolas refugiadas donde nacieron y fueron atendidos más de 600 niños
de las madres embarazadas de Argelés.
Dejamos Elna y llegamos hasta Carcasonne, el pueblo con un
recinto amurallado medieval impresionante y más visto desde la lejanía, tierra
de Cátaros y de herejía, claro está desde el punto de vista católico porque
ellos no aceptaban otro modo de concebir lo eclesiástico que no fuera a través
de la sencillez, abandonando todo boato de lujos y “glamour “ feudal.
Desde este lugar partimos a la ciudad de Albi, situada a unos
setenta kilómetros,, patria de los albigenses, dominada por su
iglesia-castillo, inmensa, recia, oteando el poblamiento y protegiéndolo bajo
su sombra, y envuelta interiormente en un colorido y filigranas que nos
recuerda a nuestra iglesia turolense de S. Pedro, pero discreta a la vez como
lo sería en su pueblo natal la vida de su conciudadano Toulouse-Lautrec al que
ha regalado una espléndida herencia en forma de museo.
Y llegamos a Toulouse donde la magnífica iglesia de San
Sernín románico puro, sobrio, recogido a
pesar de su grandeza nos espera, llegándonos más tarde a la plaza principal
(del Capitolio) donde encontramos el Ayuntamiento y el símbolo de los cátaros en el centro.
Y ya va siendo hora de volver al terruño, pero regresamos por
Pau y Oloron, hacia los Pirineos
occidentales y a nuestro paso seguimos encontrando parques, museos, evocaciones
de nuestros españoles en el exilio lo que lleva a plantearnos ¿por qué en
España no?
Antes de
llegar al túnel de Somport y próximo a la localidad de Oloron se informa del
campo de refugiados Gurs, el cual se
puede visitar al conservase en buenas condiciones. Fue, al principio,
otro de los centros de internamiento de españoles, en este caso vascos, que
salieron de España durante la Guerra Civil.
Y todavía con
la añoranza de Colliure en nuestro interior, recordamos esos versos que
habíamos ido a descubrir y que ya forma parte de nuestro devenir:
Ligero
de equipaje…
Aquellos
días azules…
Nota.- Murió Antonio Machado rodeado del mayor exilio
interior. Y falleció cuando había una luz de esperanza que el poeta nunca
percibió: Al día siguiente de ser enterrado, una carta procedente de la
Universidad de Cambridge llegó. El viejo
templo de la sabiduría inglesa ofrecía a Machado un puesto en su Rectorado.
Esperamos que a pesar de lo extensa de la Ruta Machadiana
hayáis disfrutado, os animéis a realizarla y a continuarla, si queréis, con más
datos y vivencias.
Carmen García y
J. Serafín Aldecoa