Este es el primer capítulo del relato de Elisa Martín Dobón, Accésit en los premios San Jorge. Dada su extensión lo publicaremos en cinco capítulos.
Este barrio está enfermo, es un barrio contaminado de pobreza, soledad y desamparo; el pisar la calle puede provocar tu muerte, realmente es aterrador. Mi país está en una continua destrucción, cada vez tenemos menos sitio donde refugiarnos; se escuchan continuos rugidos de coches, disparos de pistolas y explosiones. Mi nombre es Rashi, soy una niña de doce años, vivo en Afganistán con mis dos hermanos, menores que yo.
Este barrio está enfermo, es un barrio contaminado de pobreza, soledad y desamparo; el pisar la calle puede provocar tu muerte, realmente es aterrador. Mi país está en una continua destrucción, cada vez tenemos menos sitio donde refugiarnos; se escuchan continuos rugidos de coches, disparos de pistolas y explosiones. Mi nombre es Rashi, soy una niña de doce años, vivo en Afganistán con mis dos hermanos, menores que yo.
No conozco este país sin guerra, en calma, sin levantarme
cada mañana con temor de oír disparos y algún grito desgarrador. La palabra
jugar no suele ser utilizada por los niños aquí, ya no hay quien juegue con
camiones, coches, ni muñecas; tampoco inventan sus casitas donde jugar a las
cocinitas; realmente ver una sonrisa es extraordinario, ya no sabemos ni en qué
día estamos, ni cuando cumplimos años, ya no se celebra nada. Vivimos
escondidos entre cuevas y casas viejas, yendo de un lugar a otro y sin poder
quedarnos dos noches seguidas en el mismo sitio; sí, huimos para que no nos
cojan y nos lleven a la guerra, esto ya no suena extraño ahora, mucha gente
marcha al frente y casi nadie vuelve; el ver a una niña de seis años tirada en
la calle con la ropa rota y signos de violencia, golpes, tiros, en su cuerpo no
se ve tan raro.
Llevamos demasiado tiempo en guerra, no sé si realmente se
dan cuenta los mandatarios de lo que están haciendo con el país e incluso con
la juventud, porque con solo doce años, he llegado a aprender demasiadas cosas,
que una niña como mis hermanos y yo no deberíamos saber ni mucho menos ver.
Están deshumanizando la sociedad, yo creo que ya ni saben por lo que luchan y
ni qué bando es el que más les conviene, luchan para sobrevivir y pronto no se
podrá ni eso.
Se está convirtiendo en una encerrona, un cañón; final del
todo las montañas se cerrarán y nadie podrá escapar, nos están llevando a una
autodestrucción, que también será la suya.
Al principio pudimos vivir en un mismo pueblo; durante un
tiempo se respiraba una pequeña tranquilidad y pudimos vivir los primeros años
allí; todavía íbamos a la escuela pero poco a poco los niños fueron
desapareciendo, muchos eran alcanzados en un fuego cruzado y morían, los
recogían sus familiares y velaban por ellos; se creó un ambiente de
incertidumbre, no sabíamos el porqué de este conflicto y tampoco les interesaba
que lo supiésemos, es más fácil persuadir a personas desinformadas, sin idea
del tema que se trata.
Mi padre tuvo que ir al frente y nosotros nos escondíamos en
las casas, todos los niños juntos. Poco a poco los niños fuimos disminuyendo,
muchos morían, otros eran llevados a la guerra e incluso algunos marchaban en
busca de refugio y mayor tranquilidad. Hermanos combatían entre ellos y gente
de un mismo pueblo, vecinos, se apuntaban con fusiles y ambos caían al suelo,
ríos de sangre recorrían las calles. Pero en ese momento yo era una niña
bastante inocente, no nos informaban de lo que ocurría en el exterior, tampoco
nos dijeron cuando murió nuestro padre.
Mi madre decidió que ese no era un lugar seguro, no era un
buen sitio para crecer unos niños, la guerra había aumentado en estos años y el
conflicto era mucho mayor, el peligro para nosotros había empeorado
enormemente; así que nos fuimos y empezamos a vagabundear, por las calles, los
parques, las cuevas, donde fuera; con tal de estar medianamente a salvo.
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