viernes, 26 de abril de 2013

CUANDO LA SANGRE CORRE IV



Irshú  y yo tuvimos que huir; el miedo se apoderó de nosotros y nuestras piernas nos pedían correr y alejarnos de allí; no queríamos presenciar otra masacre, ni ver a los que habían sido nuestra familia por un tiempo transformados en sacos de carne en el suelo, sin vida, dando su último aliento por salvar a los más pequeños de la casa, que quedaron como piedras al volver a oír estallidos, creían que iban a morir. Nuestra vida se convirtió en una auténtico ajetreo,  debíamos correr de un lugar a otro, sin pensar dónde ir, solo correr, para salvar nuestras vidas y el poco valor que tenían. Comenzaron a llegar aviones que veíamos pasar con temor por si su destino eran nuestras cabezas; enormes tanques recorrían la ciudad y continuos fuegos cruzados sucedían cerca de nosotros. Varios países se implicaron en nuestra guerra; por las calles había soldados con distintos uniformes y cascos de colores, pero ninguno vimos azul y si en algún caso avistamos uno, estaba colocado en un cadáver que yacía en el suelo o en un fuego cruzado. Cada vez teníamos menos comida, no sabíamos de dónde conseguirla;  el agua potable escaseaba, las ropas cada vez estaban en peores condiciones y no sabíamos hacia dónde ir, ni dónde escondernos.
Llegaron a la zona periodistas, debían informar de la situación de nuestro país, que, por lo visto, se convirtió en el núcleo conflictivo del mundo. Algunos de ellos se convirtieron en el punto de mira, también estaban en peligro; había a quien no le interesaba que la masacre que se estaba cometiendo en el país saliera realmente a la luz, ni que vieran quién era realmente el culpable y lo poco que estaban haciendo por poner fin a esta guerra. Los hombres de los cascos azules aumentaron e intentaban ayudar a los heridos y niños vagabundos, ambulancias pasaban constantemente para salvar a lo que quedaba de población todavía con vida, pero normalmente, eran rodeadas por soldados y les negaban el paso, no querían que nadie se salvase; si el soldado estaba así es porque era débil y no merecía seguir con vida; y si era un civil, había sido su culpa por meterse en un fuego cruzado; todo lo solucionaban quitándose responsabilidad.
Un día estábamos buscando refugio y nos encontramos con un hombre que llevaba una enorme cámara fotográfica colgada al cuello; no hablaba nuestro idioma, mediante señas nos dio a entender que no nos haría daño, que nos ayudaría a ponernos a salvo, tan solo era un periodista;  sus ojos al ver nuestros cuerpecitos quedaron abiertos como platos, su mirada se rompió, nos miró como si nos conociera, con una bondad infinita y una compasión enternecedora, parecía ser un buen hombre. Nos llevó a un campo de refugiados, nos dieron un poco de comida, mantas y un caldo calentito; allí se comunicó con nosotros por medio de una de las enfermeras que había, algunas hablaban ambos idiomas, el suyo y el nuestro. Ella nos explicó que era una fotógrafo de un periódico español, llevaba poco tiempo en nuestro país pero que había comprobado la imagen desoladora que daba, le parecía espeluznante. Nos aseguró que iba a ponernos a salvo, que no debíamos preocuparnos por nada. Le explicamos por medio de la enfermera todo lo que nos había sucedido, él lo apuntaba todo en una cuadernito pequeño. Con algunas partes de nuestra historia quedó horrorizado. Cuando terminamos de contarle todo dijo que había tomado una decisión, si nosotros queríamos viajaríamos con él a su país y nos acogería en su casa, no tendríamos que preocuparnos por nada más, estaríamos a salvo, tenía que realizar unos papeles y unos trámites pero que nos convertiría en parte de su familia. Al oír eso saltamos a darle un abrazo, aceptamos aquel bonito gesto; se había ganado nuestra confianza, ya no pensábamos que todo el mundo era aterrador, vimos una pequeña luz al final de un largo túnel negro y tenebroso, lleno de dolor. Nos explicó que iba a publicar nuestra historia para mostrar al mundo entero los horrores de aquella guerra, pensaba que todos debían saber nuestra situación, que seguro que no sería la única, seguro que miles de niños y personas pasaban por cosas parecidas.
Pasaron unas semanas pero al fin consiguió que le permitieran sacarnos del país y ser él nuestra familia; dio calma a nuestras vidas y vimos más allá de la masacre que había en nuestras cabezas, todos los horrores que habíamos visto y en los cuales pensábamos que íbamos acabar. 
Elisa Martín

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