Irshú y yo tuvimos
que huir; el miedo se apoderó de nosotros y nuestras piernas nos pedían correr
y alejarnos de allí; no queríamos presenciar otra masacre, ni ver a los que
habían sido nuestra familia por un tiempo transformados en sacos de carne en el
suelo, sin vida, dando su último aliento por salvar a los más pequeños de la
casa, que quedaron como piedras al volver a oír estallidos, creían que iban a
morir. Nuestra vida se convirtió en una auténtico ajetreo, debíamos correr de un lugar a otro, sin
pensar dónde ir, solo correr, para salvar nuestras vidas y el poco valor que
tenían. Comenzaron a llegar aviones que veíamos pasar con temor por si su
destino eran nuestras cabezas; enormes tanques recorrían la ciudad y continuos
fuegos cruzados sucedían cerca de nosotros. Varios países se implicaron en
nuestra guerra; por las calles había soldados con distintos uniformes y cascos
de colores, pero ninguno vimos azul y si en algún caso avistamos uno, estaba
colocado en un cadáver que yacía en el suelo o en un fuego cruzado. Cada vez
teníamos menos comida, no sabíamos de dónde conseguirla; el agua potable escaseaba, las ropas cada vez
estaban en peores condiciones y no sabíamos hacia dónde ir, ni dónde
escondernos.
Llegaron a la zona periodistas, debían informar de la
situación de nuestro país, que, por lo visto, se convirtió en el núcleo
conflictivo del mundo. Algunos de ellos se convirtieron en el punto de mira,
también estaban en peligro; había a quien no le interesaba que la masacre que
se estaba cometiendo en el país saliera realmente a la luz, ni que vieran quién
era realmente el culpable y lo poco que estaban haciendo por poner fin a esta
guerra. Los hombres de los cascos azules aumentaron e intentaban ayudar a los
heridos y niños vagabundos, ambulancias pasaban constantemente para salvar a lo
que quedaba de población todavía con vida, pero normalmente, eran rodeadas por
soldados y les negaban el paso, no querían que nadie se salvase; si el soldado
estaba así es porque era débil y no merecía seguir con vida; y si era un civil,
había sido su culpa por meterse en un fuego cruzado; todo lo solucionaban quitándose
responsabilidad.
Un día estábamos buscando refugio y nos encontramos con un
hombre que llevaba una enorme cámara fotográfica colgada al cuello; no hablaba
nuestro idioma, mediante señas nos dio a entender que no nos haría daño, que
nos ayudaría a ponernos a salvo, tan solo era un periodista; sus ojos al ver nuestros cuerpecitos quedaron
abiertos como platos, su mirada se rompió, nos miró como si nos conociera, con
una bondad infinita y una compasión enternecedora, parecía ser un buen hombre.
Nos llevó a un campo de refugiados, nos dieron un poco de comida, mantas y un
caldo calentito; allí se comunicó con nosotros por medio de una de las
enfermeras que había, algunas hablaban ambos idiomas, el suyo y el nuestro.
Ella nos explicó que era una fotógrafo de un periódico español, llevaba poco
tiempo en nuestro país pero que había comprobado la imagen desoladora que daba,
le parecía espeluznante. Nos aseguró que iba a ponernos a salvo, que no
debíamos preocuparnos por nada. Le explicamos por medio de la enfermera todo lo
que nos había sucedido, él lo apuntaba todo en una cuadernito pequeño. Con
algunas partes de nuestra historia quedó horrorizado. Cuando terminamos de
contarle todo dijo que había tomado una decisión, si nosotros queríamos
viajaríamos con él a su país y nos acogería en su casa, no tendríamos que
preocuparnos por nada más, estaríamos a salvo, tenía que realizar unos papeles
y unos trámites pero que nos convertiría en parte de su familia. Al oír eso
saltamos a darle un abrazo, aceptamos aquel bonito gesto; se había ganado
nuestra confianza, ya no pensábamos que todo el mundo era aterrador, vimos una
pequeña luz al final de un largo túnel negro y tenebroso, lleno de dolor. Nos
explicó que iba a publicar nuestra historia para mostrar al mundo entero los
horrores de aquella guerra, pensaba que todos debían saber nuestra situación,
que seguro que no sería la única, seguro que miles de niños y personas pasaban
por cosas parecidas.
Pasaron unas semanas pero al fin consiguió que le
permitieran sacarnos del país y ser él nuestra familia; dio calma a nuestras
vidas y vimos más allá de la masacre que había en nuestras cabezas, todos los
horrores que habíamos visto y en los cuales pensábamos que íbamos acabar.
Elisa Martín
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