miércoles, 26 de junio de 2013

RUTA MACHADIANA IV



Y por fin, arribamos a Colliure, un pueblo que vería Machado pero que no se parecería en nada a la ciudad en que se ha convertido en la actualidad. José, su hermano que también va con él al exilio junto a su madre, nos cuenta que tras una noche en Cerberè, caminan desde la estación de Colliure al pueblo y por la ancha calle que lo cruzaba y que terminaba en el mar, llegan a la plaza principal donde ante un pequeño arroyo se levanta el coqueto hotel Bougnol-Quintana en el que se alojaron, encontrándose con una dueña  solidaria y con deseos de ayudarles.
Estas notas fueron escritas por José Machado en Chile en 1940 sobre las últimas soledades del poeta:
“No podía sobrevivir a la pérdida de España. Tampoco sobreponerse a la angustia del destierro. Este fue el estado de su espíritu el tiempo que aún vivió en Colliure".
Sin embargo, unos días antes de su muerte, me dijo ante el espejo, mientras trataba en vano de arreglar sus desordenados cabellos:
“Vamos a ver el mar”.

Esta  fue su primera y última salida. Nos encaminamos a la playa. Allí nos sentamos en una de las barcas que reposaban sobre la arena. El sol de mediodía no daba casi calor. Era en ese momento único, en que se diría que el cuerpo entierra su sombra bajo los pies.”
            Al cabo de un largo rato, señalando una de las humildes casitas de pescadores, le dijo a su hermano:
“¿Quién pudiera vivir tras una de esas ventanas,
libre ya de toda preocupación”.
 Después se levantó trabajosamente y en silencio, regresaron al hotel.”
 Dice su hermano José en estos escritos que desde París se comunicó el llevar a cabo el entierro en la capital de Francia, pero que conociendo a Antonio, preferiría el pueblo que lo había acogido.
Y añade, que al entierro acudió todo el pueblo, con su alcalde a la cabeza, “pero lo más emocionante fue que seis milicianos, envolviendo el féretro con la bandera de la República española, lo llevaron en hombros hasta el cementerio para dar los últimos honores al hombre de letras”.
             Algunos días después, José halló un papel arrugado en el gabán del poeta. En él había escrito a lápiz tres anotaciones: la primera reproducía en inglés las palabras con que comienza el famosos diálogo de Hamlet: “Ser o no ser”. La segunda tenía solo un renglón. Pero en este renglón se veía escrito el último verso que escribió en su vida. Dice así:
“Estos días azules y este sol de la infancia”.
         Cuando visitamos el cementerio, vemos que este se encuentra integrado ya en el casco urbano de la ciudad. Justo a la entrada se encuentra la tumba, que no es la de origen porque en un principio la dueña del hotelito del pueblo les cedió la suya para enterrarlo, debido a que ellos no podían pagarse una, pero luego la Asociación que cuida y mima todo lo relacionado con el poeta y que lleva su nombre, le preparó una tumba en tierra, sobria y sencilla  y por ello rebosante  de dignidad, siempre llena de frases, poemas, recuerdos, banderas republicanas, textos de homenajes de institutos españoles, de grupos de amigos y de personas que tienen a Machado como un referente.
        Por ejemplo en 1959, XX aniversario de su muerte se vivió allí uno de los hitos promocionales más importantes de aquella generación de autores, hoy clásicos: Blas de Otero, J. Agustín Goytisolo, Ángel González, J. Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral y José Manuel Caballero Bonald, el único vivo de aquel encuentro y que recuerda la figura de Machado con estas palabras:
“Se convirtió para todos nosotros en el paradigma de una filosofía social y un enfoque crítico de la cultura que coincidía con el programa poético que entonces se intentaba movilizar. Sus actitudes humanas y políticas, su figura intachable de defensor de la República, supuso un punto de referencia ideológica tan oportuno como integrador”.
          Habría que aclarar que de tanto oír su nombre, sus poesías de la época soriana y las cartas de la tal Guiomar, mucha gente ni lo ha descubierto ni ha valorado su lucha por la libertad, su ideología de defensa de la democracia y toda su trayectoria durante la II República.
Aquí en Colliure no puedes reprimir una emoción intensa:
¡Por fin estoy aquí!
          Y evocar la soledad de ese final trágico junto a su madre, enferma y enterrada a los tres días junto a él en la tierra que los adoptó, sentarse y leer un poema, e incluso dejar un mensaje en un buzón discreto que hay a un lado de la tumba, como bagaje sentimental de los miles de peregrinos machadianos que  por ahí pasan todos los días.
            Desearías estar rato y rato, no querer irte
           ¡Has peleado tanto y tanto por llegar hasta aquí¡
Y cuando llegue el día del último viaje,
Y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
Me encontraréis ligero de equipaje,
Casi desnudo, como los hijos del mar.
 Luego quieres relajar tu mente frente al mar desde el magnífico castillo, esa mar que el también contempló sabiendo cercana la muerte, despejándote para asumir esa transición y proseguir la ruta más allá de Machado, pues ya que estás ahí, se puede seguir, seguir… haciendo caso al poeta:
“Caminante no hay camino,
se hace camino al andar”
Carmen García Royo y J. Serafín Aldecoa

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