lunes, 29 de mayo de 2017

FOTOS DEL ACTO DE GRADUACIÓN DE LOS ALUMNOS DE 2º DE BACHILLERATO

A continuación os mostramos algunas fotos del acto de graduación de los alumnos de 2º de bachillerato que se celebró el pasado viernes en el salón de actos de la Universidad.




viernes, 26 de mayo de 2017

FOTO DE LOS ALUMNOS DE 2º DE BACHILLERATO

Esta tarde, a las 20.00 horas, se va a celebrar la ceremonia de graduación de los alumnos de 2º de bachillerato en el salón de actos de la Universidad. Les entregarán un diploma, una mochila y las fotos del grupo y del curso.

martes, 23 de mayo de 2017

LIPDUB DE LOS ALUMNOS DE 4º DE ESO

A continuación os mostramos un divertido lipdub que han realizado los alumnos de 4º de ESO.
¡Que lo disfrutéis!




lunes, 22 de mayo de 2017

DESFILE DE 4º DE ESO

Nahir Hernández y Mónica Cañada, de 4º de ESO, nos han contado en qué consistió el desfile que realizaron el viernes. A continuación os mostramos alguna foto del evento:

"El pasado 19 de Mayo, los alumnos de 4º de ESO realizamos en el salón de actos de la DGA el desfile de fin de curso para ayudar a recaudar dinero para nuestro viaje de estudios. El desfile tuvo dos sesiones, una a las 18:00 y otra a las 20:00. Ambas comenzaron con la actuación de tres de las alumnas de nuestro curso, mientras el resto se preparaba para el primer desfile con la temática de instituto americano. Después de dicha temática continuamos con más actuaciones musicales, juegos, con la colaboración del público; y más desfiles, como el de playa, oficios, tribus urbanas, Disney y, finalmente, el desfile de gala. La primera sesión fue mucho más caótica que la segunda, ya que nos tocó improvisar; pero esto nos dio experiencia para la siguiente, que salió mucho mejor y acudió mucha más gente, hasta el punto de superar el aforo. Tras la última sesión, recogimos el salón de actos y muy contentos por nuestro trabajo nos marchamos con una experiencia inolvidable".




RESEÑA DE NUESTRO CORTO EN EL DIARIO DE TERUEL
















martes, 16 de mayo de 2017

EL AULA HECHIZADA

Tenemos el honor de anunciar que han seleccionado un vídeo de nuestro Instituto en el concurso Participa Méliès, organizado por Caixa-Forum. Se titula El aula hechizada, y a continuación os facilitamos el enlace donde poder verlo, así como os pedimos que lo votéis si os ha gustado para conseguir el premio del público que se otorgará al ganador. Hay de plazo hasta el 25 de este mes. ¡Muchas gracias a todos!


También podemos encontrarlo en la página de youtube:


lunes, 8 de mayo de 2017

TRABAJOS GANADORES EN EL CONCURSO DE SAN JORGE

RELATO DE AMELIA OÑA
PANSPERMIA


Un gran estruendo me despierta de lo que me parece que es el infierno, pero no es hasta que abro los ojos cuando descubro que en ningún momento he salido de él. Un soldado alemán abre las puertas con fuerza, mientras que los otros tres que le escoltan comienzan a desplegarse por la sala, sacando a todas las mujeres de lo que llevamos un tiempo considerando camas. Algunas son agarradas del pañuelo que les cubre el corto pelo, otras de las ropas, haciendo que estas se rasguen y queden semidesnudas. Ante esta situación, el primer soldado alemán ríe, mientras que los demás siguen golpeando a las mujeres con el fin de que se levanten. Un soldado alemán se acerca a mí y me sujeta con fiereza el brazo. Yo dejo que me lleve hasta la puerta, porque no tengo fuerzas ni para ello. Una vez fuera de las camas, me suelta y caigo. Estoy débil y todo el cuerpo me arde. Tengo heridas en las manos, brazos, rodillas y pies. Vuelve el joven soldado que me ha sacado y me tira de la ropa que me cubre la espalda, arrancándomela. Mis pechos quedan al descubierto, lo que atrae la atención de los demás soldados, que comienzan a reír mientras se acercan. Uno de ellos se agacha hasta mi altura con semblante entristecido y por un momento pienso que me ayudará, que alzará la voz por esta humillación, y sonrío. Pero me ha engañado. Su mirada empática ha hecho que durante una fracción de segundo mi atención se distanciase de ese lugar y él pudiese tocarme los pechos con agresividad, mientras que su pecho solo se hincha debido a las carcajadas.
Sé que no me ayudará él y que tampoco lo harán el resto de las mujeres que se encuentran conmigo por miedo a las represalias y nunca las culparé de ello, solo me culparé a mí misma por haber pensado que en este infierno tal vez, y solo tal vez, se haya enviado por equivocación a personas con grandes corazones que pese a todo siempre defenderán el sentido común, la inteligencia y la empatía. Me levanto aturdida y con el pecho descubierto, me coloco en la fila que comienza en el par de puertas abiertas delante del soldado alemán que las abrió. Me doy cuenta de que soy la última mujer en situarme en la fila y de que, mientras yo estaba siendo humillada, las demás ya habían ocupado su puesto. Salimos al frío amanecer, despacio y asustadas, porque no sabemos qué va a pasar, ya que cada día en esta prisión es impredecible. Andamos por poco más de cinco minutos hasta que paramos en frente de un pabellón con las puertas cerradas, flaqueadas por seis soldados, los cuales se encuentran al lado de una gran montaña de ropa. Nos dicen que nos quitemos la ropa porque nos vamos a lavar. Se oyen ciertos gritos de júbilo, rápidamente acallados por las miradas de los soldados. Yo no tengo mucho que quitarme, por lo que enseguida estoy temblando y frotándome el cuerpo con las manos. Las mujeres que más tardan en desvestirse son ayudadas por los soldados que les arrancan las ropas de forma agresiva, acción ante la que todos sueltan estruendosas carcajadas. Una vez estamos todas desnudas, los soldados alemanes nos lanzan miradas lascivas, humillantes y degradantes. Nos gritan que entremos, que hoy será un día de mucho trabajo y que seguramente no volveremos a recibir una ducha hasta unas semanas más tarde, pero mientras uno de ellos nos vende esa mala propaganda, el resto de los soldados ríe, mirándose los unos a los otros. Abren las puertas y todas las mujeres corren hacia dentro, deseosas de sentir el agua recorriendo y limpiando su piel de la cantidad de sudor y suciedad que no pudo ser quitada desde hacía unas semanas.
Yo no quiero entrar. Espero a que mis compañeras entren, mientras que yo voy retrocediendo poco a poco, con el fin de que no me vean los soldados, algo realmente imposible. Cuando todas las mujeres están dentro, solo quedo yo y no soy la única que se percata de ello. Los soldados giran a verme y sus semblantes de felicidad y alegría han sido sustituidos por los de seriedad y dureza. Ahora sí que temo las represalias. Se acercan dos a mí, agarrándome de los brazos y llevándome hacia las puertas. Intento frenar esa llegada con los talones, pero estos no aguantan más dolor. Mis rodillas ceden y mi transporte resulta más sencillo para los alemanes. Al llegar a la puerta, los dos soldados que me sujetaban de las manos me empujan con brusquedad contra el gentío. Siento que recorro varios metros hasta que por fin choco contra alguien y caigo al suelo, o lo que queda de él, ya que está repleto de pies descalzos. Se produce un gran estruendo: han cerrado las puertas. Se oye a ciertas personas suspirar de alivio, esperando la llegada del agua con la mayor alegría que podían llegar a sentir desde que llegaron aquí. Alguien me aferra de los antebrazos y me levanta con dificultad, intentando hacer un pequeño hueco a mi débil cuerpo. Agarro con la poca fuerza que me queda las manos que me mantienen en pie y levanto el mentón. La oscuridad nos rodea, pero aun así puedo percibir su rostro. Se trata de un chico joven atrapado en un cuerpo lleno de suciedad, arrugas y huesos. Sus ojos están siendo mantenidos por dos grandes manchas moradas, las cuales hacen a su vez que su rostro decaiga. Lleva el pelo corto, a través del cual se pueden ver duras cicatrices sonrosadas, todavía tiernas. Sus ojos me sonríen y a mí se me escapa una pequeña sonrisa, como aquellas que solían decorar mi rostro antes de que el infierno se convirtiese en nuestra propia vida. Sin pensármelo siquiera, me lanzo hacia él y le abrazo, de tal manera mantengo el equilibrio y le agradezco lo que ha hecho por mí. Apoyo el mentón en el hueco entre su cuello y su hombro, más pronunciado de lo normal, y le susurro un pequeño gracias, a lo que él responde rompiendo nuestro abrazo y tomando mis manos.


-¿Qué sería del verdadero mundo, escondido en este infierno, si no fuésemos todos iguales y verdaderamente significantes?
-Lo que somos ahora; escoria -él me dedica una media sonrisa, achinando sus ojos.
-No creo que haya entendido mi pregunta, señorita –me sorprende ese trato, actúa como un joven intelectual durante un acto público.
-Claro que sí.
-No me refiero a nosotros. Nunca hemos llegado a conocer el verdadero mundo, porque nunca hemos sido iguales y significantes. ¿Cree entonces usted que si estuviésemos viviendo en el verdadero mundo haría falta proclamarse superior mediante la violencia? –Ante tal resolución se me escapa una pequeña sonrisa que contagia a mi compañero.
-¿Lo llegaremos a conocer? –Le pregunto, casi temerosa de la respuesta.
-No. Nunca lo haremos. –Su sonrisa no desaparece de su rostro, lo cual hace que mi corazón se encoja. -¿De verdad creía usted que éramos llevados a las duchas a tan temprana hora?
-Es imposible conocer los movimientos de los soldados.
-Este sí.
-Yo no lo conozco.
-Pues debería; ¿o es que acaso no ve todas las mañanas cómo el cielo se tiñe de un gris ceniza y que la gran mayoría de las personas que dormían con usted han desaparecido? ¿Cree que les han perdonado el pecado de ser judíos?
Siento cómo alguien me empuja desde atrás, haciendo que golpee mi pecho contra el del chico con el que estoy manteniendo la que creo que será mi última conversación.
Me acerca aún más a él, hasta que es capaz de hablarme tan cerca que casi parece que esté gritando.
-Vamos a morir. No hay clemencia para todos aquellos que han cometido el gravísimo error de defender lo que de verdad eran. –Trago con dificultad y me separo de él aún con más ímpetu.
-No tengo miedo a la muerte. –Él sigue sonriendo.
-Pero solo porque aún no está muriendo. Desde que tenemos uso de la razón aceptamos nuestra muerte, pero damos por hecho que aún está lejana a nuestro presente, por lo que no la tememos. Puede intentar usted plantarle cara  a la muerte, que en este caso no es más que  el rostro de todos los nazis, pero en el momento en el que sienta que usted ya no controla su ser, que se desploma, que se ahoga, que todo a su alrededor sigue excepto usted, de verdad que temerá a la muerte.

 
Miro a mi alrededor y observo a toda esa gente que nos rodea. Mujeres, hombres, ancianos. La gran mayoría de ellos está feliz porque cree que el permitirles bañarse les demuestra que tal vez los alemanes no son tan malos y se están comenzando a arrepentir de todo lo que les han hecho. Otros pocos miran hacia arriba y hacia las paredes, intentando encontrar el artilugio que acabará con sus vidas y con sus recuerdos, alegrías, tristezas, familiares, amigos, lugares, secretos.
-No tengo miedo a la muerte. Solo temo abandonar este terrible mundo para que otros vivan en él y no sepan qué hacer, solo temo no poder advertir a otros, solo temo no haber vivido en otra época, solo temo ser yo en este mundo.
-Usted teme a la muerte casi tanto como yo. Siempre pensé que yo podría hacer grandes cosas que cambiarían el mundo, hasta que me di cuenta de que el verdadero mundo era yo. Si en vez de haberme proclamado como judío lo hubiese hecho como alemán nazi, ¿estaría acaso yo aquí? No. –Él mira sus pies desnudos, y niega ligeramente con la cabeza.
-¿Por qué no lo hizo?
-Porque no soy una alemán nazi. –Levanta el mentón y su mandíbula se tensa, pero pese a ello se le escapa una lágrima que él deja que recorra su mejilla.
Al no apartarla de su rostro levanto la mano y le toco la mejilla, pero él aprisiona mi muñeca y con una media sonrisa en el rostro niega de nuevo con la cabeza.
-No. No lo haga. – Bajo la mano, y con ella él baja el rostro. – Es esa la razón por la que no me podría haber considerado un alemán nazi; yo siento, ellos no. Yo temo la muerte de todas las personas que se encuentran en esta sala conmigo, ellos en cambio han sido quienes las han mandado aquí.
-¿Cree de verdad que no sienten? –Él afirma con la cabeza. –Yo creo que se equivoca. Ellos sí que sienten, sienten la tristeza y el temor de todas estas personas, lo que hace que ellos sientan alegría y superioridad. Ellos sienten, pero no sienten como lo hacemos usted y yo. –Intento sonreír, pero se me escapa una pequeña lágrima que aparto rápidamente de mi rostro. Él lo ve y sonríe con tristeza.
Nos quedamos en el corto silencio que nos permite el no intercambio de palabras entre nosotros. Ambos nos miramos con cansancio y debilidad. Pasa una eternidad hasta que él vuelve a hablar.
-¿Solo teme usted?
-Ahora sí. Ya no queda nada dentro de mí que quiera seguir luchando, y el temor es lo único que hasta el momento me ha mantenido con vida.
-El temor no es la vida, es la muerte. –Me observa con extrañeza mientras que su mano roza ligeramente mi mejilla–. Tal vez me he equivocado y usted de verdad no temía a la muerte, porque lleva muriendo desde el momento en el que dejó de luchar. –Giro el rostro, haciendo que su mano caiga.
-¿Qué le hace pensar, acaso, que he tenido motivos para seguir luchando?
-Nada.
Agacho la cabeza, mis rodillas ceden y caigo al suelo. Las lágrimas comienzan a brotar y caen con fuerza por mis mejillas. La gente a mi alrededor me empuja, intentando hacerse ellos un hueco. Esta vez él no intenta levantarme, sino que se agacha a mi lado y sujeta mi rostro entre sus manos. Tal vez era más débil de lo que realmente creía.
-Dejé de luchar en el momento en el que los nazis proclamaron su odio hacia los judíos. Sabía que mi muerta sería inminente y por ello decidí rendirme. ¡Decidí rendirme y no luchar por la igualdad, justicia, sentido común y libertad! Me rendí cuando vi que el peligro se acercaba y que me iba a vencer, sin dejar si quiera una oportunidad para mi victoria. –Lloro, lloro y grito, sabiendo que nadie dentro de esta sala se girará a ayudarme, excepto aquel que me está sosteniendo el rostro y me mira con intensidad.


-No es usted la única que dejó de luchar cuando el peligro comenzó a hacerse más patente. ¡Yo había luchado por todo en mi vida, excepto por ella misma! –Levanto la mirada hacia sus ojos, llenos de lágrimas retenidas. Le acaricio el rostro y apoyo mi frente en la suya. Cierro los ojos, pese a que las lágrimas siguen recorriendo mis mejillas.
-Llore, grite, desahóguese. No tendrá otra oportunidad para hacerlo. Abandone este mundo tal y como llegó a él. ¡No reprima el dolor, la tristeza, la desigualdad, la injusticia que contiene en su corazón! ¡Llore conmigo, pues será la última vez que lo haga! –Cada vez grito más y las lágrimas caen con más rapidez por mis mejillas y con más fuerza sobre el suelo. Las de él no aparecen hasta pocos segundos más tarde, pero acompañan a las mías, con la misma fuerza, rabia y dolor. Ambos estamos sujetando el rostro al otro con las dos manos, con las frentes apoyadas una en la otra. Ahora somos un solo ser que ha unido todo lo que siente y lo ha hecho más intenso y fuerte. Tal vez no nos sirva para mucho, aunque sí para poder consolarnos mutuamente.
-Nunca me he sentido tan orgulloso de ser judío como ahora, aunque ello me lleve  a la muerte.
-A la muerte no le va a llevar su condición de judío.
-¿Entonces qué lo hará? –Levanto el rostro y le observo. No importa lo que pueda llegar a suceder porque los minutos de vida que nos quedan son escasos.
-La incapacidad de no haberlo aceptado antes y luchar por ello. –Él sonríe y levanta la cabeza, mirando al techo.
Nos quedamos unos segundos en silencio.-Es la hora, ¿lo sabe? -Levanto la mirada mientras que él ase mis antebrazos y me levanta.
Pocas personas miran al techo, pero los que lo hacen pueden ver cómo un soldado alemán protegido por una máscara comienza a echar varias latas sobre la gente. A partir de este momento cunde el pánico y solo se oyen gritos.
No puedo apartar la mirada de la escotilla abierta que permite el paso de ligeros rayos de luz que bañan mi piel. Cierro los ojos y siento cómo alguien me agarra del mentón y roza muy ligeramente sus labios con los míos.
Por fin sonrío de verdad. Una sonrisa llena de felicidad y alivio.
Abro los ojos porque sé qué es lo último que quiero ver antes de morir.
Le observo con tranquilidad, rozándole con cuidado la mandíbula, el contorno de los labios, la nariz. Él me sonríe y es con eso con lo que me quedo, con su sonrisa. Con la sonrisa de la esperanza, de la verdad, de la tristeza. Escucho cómo varios cuerpos caen al suelo y me doy cuenta de que el gas comienza a hacer efecto. Siento mis párpados cerrarse suavemente, pero la realidad aún no desaparece. Él roza mi mejilla con los dedos y en un pequeño susurro oigo que dice:
-Bruno. –Entonces se desploma y cae a mis pies.
Observo su figura. Una sonrisa se dibuja en su rostro.
Bruno… Supongo que ese era su nombre.
Sonrío mientras mis párpados caen y la realidad se desvanece. Siento cómo mi cuerpo golpea el suelo, pero no la gravedad del impacto.
-Anne…

DIBUJO DE EVA LANGA FUERTES


   

martes, 2 de mayo de 2017

CONCURSO DE SAN JORGE 2017

El pasado 28 de abril se celebró la entrega de premios del concurso de San Jorge de narrativa y pintura. Desde aquí queremos felicitar a las dos afortunadas, alumnas de nuestro Instituto:



Próximamente os mostraremos los trabajos ganadores. ¡¡Enhorabuena a las dos!!