martes, 28 de febrero de 2012

jueves, 23 de febrero de 2012

jueves, 16 de febrero de 2012

¿QUE CUÁNTOS AÑOS TENGO?

Os envío esta poesía de Saramago, para celebrar la vida plena y madura, los años en que nos crecen canas y los achaques; pero donde la sabiduría y la experiencia cuentan; la época de la vida humana donde se valora el presente y sus regalos, el pasado como fundamento, soslayando un tanto el futuro, porque ya no tiene tanta importancia.
Sonsoles Moreno
Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo... ¡Qué importa eso!
Tengo la edad que quiero y siento. La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido. Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo! No quiero pensar en ello. Unos dicen que ya soy viejo y otros que estoy en el apogeo.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos. Ahora no tienen por qué decir: Eres muy joven... no lo lograrás.
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo. Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada. Y otras un remanso de paz, como el atardecer en la playa.
¿Qué cuántos años tengo? No necesito con un número marcar, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones rotas... Valen mucho más que eso.
¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta! Lo que importa es la edad que siento.
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos. Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.
¿Qué cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa!
Tengo los años necesarios para perder el miedo, y hacer lo que quiero y siento.
José Saramago

Premio Nobel Litaratura 1998

lunes, 13 de febrero de 2012

GERMÁN SÁNCHEZ RUIPÉREZ, in memóriam


jueves, 9 de febrero de 2012

miércoles, 8 de febrero de 2012

TRAS LAS HUELLAS DE "LA SIERRA DEL ALBA", de Avelino Hernández


     Anoche, cuando cerraba aceleradamente todas  las persianas para evitar que el aire frío y los alaridos del viento se colaran por la más mínima rendija, recordé la historia de una maestra, María, de  un pueblo, El Vallejo.
     Pueblo que recorrí en la ruta literaria de hace unos veranos “La Sierra del Alba”. Esa zona de las tierras altas de Soria, que cobija a una cuarentena de pueblos abandonados  hace mucho por sus vecinos y  actualmente rehabilitado alguno, por los neo-rurales, campamentos juveniles o por nostálgicos hijos del pueblo, que una vez pagada la hipoteca de la ciudad, han decidido levantar los muros de sus raíces, arreglarse su casica para el verano y si a estos se les han añadido otros;  juntos,  hasta recrear las fiestas patronales donde tomar unas pastas y mistela junto a la ermita a cargo de los mayordomos de turno, e incluso en algún pueblo como Sarnago se han lanzado a montar un “Museo etnológico” donde agrupar todos los cachivaches de antaño , mimosamente limpiados de su “orín” como si acariciaran las manos de las personas que otrora tiempo los manejaban.
     El Vallejo, recuerdo, se encontraba en la ladera de un barranco con vistas a un  valle profundo, hermoso, pero hostil por el difícil acceso y escasa comunicación.
     Me sobrecoge cuando recuerdo esta etapa porque su autor, Avelino Hernández, en esta encrucijada de caminos pone en boca del profesor Karl Adhel la desorientación y pérdida de la que es protagonista; hecho similar que nos ocurrió a nosotros  mismos y que  ya conté la primera vez que expuse esta ruta en este mismo blog. Ambos nos encontramos con la noche cayendo y la sensación de una “soledad ensoledada” escuchando tan solo el nítido chasquido del agua cayendo de alguna lejana torrentera junto a algún cárabo madrugador.
     Oigo en la radio los  -12º que se esperan para esta noche y me estremece el recuerdo de El Vallejo, vacías sus calles, ya todos se fueron, aunque quizá en la escuela quede algún girón de  vida, de esa vida que defendió con la suya, la maestra María; de esto hace mucho tiempo, cuando las chimeneas lanzaban al cielo sus humos grises y soñaban bajo los tejados sus moradores.
     La historia que  narra Avelino de este lugar, al igual que lo hace de cada uno de los pueblos que va describiendo y dándonos a conocer, muestra lo más entrañable entre sus gentes y en este caso será el recuerdo que todos tenían de la maestra María.
     La maestra que con una gran vocación y entrega,  les enseñó a leer, a escribir y las cosas útiles de la vida a todas las generaciones que pasaron por sus manos.
     En un principio hubo dos clases, una de niños, otra de niñas, como correspondía a la época histórica que les tocó vivir. Pero un día la supresión fue más necesaria que la segregación por sexos y se quedó ella sola con ambas aulas.
     Redoblando con ello aún más, si cabía, su esfuerzo y voluntad  para sacar adelante a estos chavales, aunque la emigración también hizo su mella y cada día nuevos portones se cerraban arrastrando consigo a familias llenas de niños y niñas que mermaban su trabajo.
     Estaba muy triste porque los quería  y además su  mengua  hacía que danzara en el aire la posibilidad de que fuese cerrada definitivamente  la escuela, quedándose sin lo que más deseaba en esta vida, que era ser maestra de pueblo..
     Un día se le ocurrió una cosa: cada vez que se le fuera de la escuela otro niño plantaría en una maceta un geranio. Y si se le iba una chica, plantaría una buganvilla.
-Así me acordaré siempre de ella-decía.
En el curso siguiente se fueron más. La escuela estaba ya casi vacía. Pero las ventanas y los pupitres y la mesa y el suelo estaban llenos de geranios verdes y blancos y de buganvillas verdes y moradas.
     Indudablemente llegó el día en que no había alumnado y la escuela cerró  pero  los hombres del pueblo, ya mayores todos, se juntaron y decidieron que Doña María se tenía que quedar allí porque era como una más del pueblo. Ella lo agradeció mucho, en realidad no tenía dónde ir, lloró de emoción  y aceptó  henchida de afecto.
     Y desde aquel día todas las mañanas, como lo había hecho durante tantos años, a las diez abría la escuela, que ahora estaba toda llena de geranios y buganvillas. Los cuidaba a todos. Los regaba. Ponía tierra mejor en las macetas de los que habían crecido menos. Cuando salía el sol, los sacaba a la ventana: Cuando hacía frío, tapaba con papeles las rendijas por donde podía entrarles el aire.
     Y hablaba con ellos.
     Sí. Les decía:
     -Tenéis que criaros fuertes. Resistir. Porque sois muy frágiles todavía.
     -Tú te estás torciendo un poco-le decía a una buganvilla-.Te voy a poner un apoyo  para que te endereces.
     Y a un geranio le explicaba que tenía que dirigir las hojas hacia donde venía la luz.
     Y así a todos  les iba asesorando y orientando, por su nombre y según sus problemas, igual que hacía cuando la escuela se llenaba de magia con las voces de los chiquillos.
     Aquel invierno hizo mucho frío. Ella seguía yendo a la escuela, si se secaban las hojas, las pintaba de verde con un pincel.
    Si a las buganvillas se les caían las flores, las prendía  a las ramas con un alfiler.
     Aquella tarde la temperatura era más baja que nunca, los hombres comentaban que se iban a perder las frutas y los sembrados.
     Ella se sentía inquieta en su casa.
     Por la noche empezó a arreciar la helada. Doña María no pudo resistir más. Cogió un  chal y un mantón y con una linterna se fue hasta la escuela.
     Por la mañana, cuando la encontraron, había juntado en torno a sí todos los geranios y las buganvillas. Las había arropado con el chal y el mantón y se había reclinado junto a ellos como queriendo defenderlos de la helada y darles calor.
      Se había muerto de frío. Doña María.
     Y ahora entreviendo tras los cristales los copos de nieve que van cayendo tan dulcemente sobre la tierra sedienta, pienso en todas esas maestras y maestros que han pasado los mejores años de su juventud en pueblos ignotos, más olvidados si cabe porque eran otros tiempos en que casi nadie , salvo en las urbes, disfrutaba de mínimas comodidades como luz y agua corriente; pero han tenido a pesar de ello muy claro su objetivo:”Desenmarañar la ignorancia y llenar de luz a esas cabezas infantiles”, teniendo su mayor  recompensa en esos ojos que las miraban asombrados ante tanto mundo por conocer y vivir.
     ¿Quién no recuerda a sus primeros maestros o maestras que le enseñaron a escribir , a pensar y a leer esas frases con esa rima cuajada de  calor de hogar, como:
      Mi   mamá   me   mima.
      Yo   mimo   a   mi   mamá
...
     ¿Quién  de nosotros no recuerda  a su Doña María particular?
     Por ella, por ellas, en esta noche nacarada, desde “la  sierra del Alba turolense”, con el mayor agradecimiento, rememoro esta historia entrañable, sintiendo tan solo el ulular del viento por las calles desiertas, al unísono del lamento lejano de El Vallejo y de todos  los pueblos que conforman  la sierra del Alba soriana, caseríos enmudecidos desde hace tiempo en el silencio infinito de su inmensa soledad.
                                                                Carmen García Royo

lunes, 6 de febrero de 2012

SUSANA MONTESINOS, EMPIEZA

Susana Montesinos nos ha presentado su primer e-book. Alguno de sus relatos ya hemos tenido la suerte de leerlo en estas páginas, pero si entras aquí encontrarás mucho más.

jueves, 2 de febrero de 2012

LOS DEMÁS DÍAS

La Paz no sólo es ausencia de guerra. La Paz no debe ser solamente un
día de enero. La Paz es también no "tragarnos" todo lo que nos cuentan y
tratar de entrever entre la maraña de mensajes, cuáles son los positivos
y verdaderos, destapar aquellos con los que nos quieren anestesiar y
defender siempre la verdad y la justicia, aunque no nos sigan los demás.
Es cuestión de maduración y crecimiento personal. ¿Qué te hace pensar
este poema de León Felipe?

SÉ TODOS LOS CUENTOS
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto: Que la cuna del hombre la mecen los cuentos…
Que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos…
Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos…
Que los huesos del hombre los entierran con cuentos…
Y que el miedo del hombre… ha inventado todos los cuentos….
Yo sé muy pocas cosas, es verdad.
Pero me han dormido con todos los cuentos…
Y sé todos los cuentos.
Carmen García