Entre medio nos hemos dejado Alcázar de San Juan, lugar en el que, según numerosos estudios, fue bautizado Miguel de Cervantes. Allí, en la parroquia de Santa María la Mayor puede verse una prueba documental del hecho.
Subiremos luego hacia El Toboso. Azorín escribió que esta villa condensaba “toda la tristeza de la Mancha” ¿O sería melancolía?
Allí, claro, es obligatorio visitar la casa-museo de Dulcinea.
“¿Sabeísmo decir, buen amigo, (…)
dónde son por aquí los palacios de la sin par
princesa Dulcinea del Toboso?”
(Segunda parte, capítulo VIII).
Conocida desde antiguo como “Casa de la Torrecilla” perteneció a Doña Ana Martínez Zarco de Morales, a la que Cervantes inmortalizó como Dulcinea (Dulce Ana) ajena a la locura que causaba. Reconstruida en la década de los sesenta, es una reproducción llena de encanto de un típico caserón manchego del siglo XVI, con una variada muestra de curiosos muebles y enseres de la época.
Y es obligatorio deleitarse en el Museo Cervantino donde se exhiben más de doscientas ediciones de El Quijote en más de medio centenar de lenguas, desde el esperanto al latín clásico, muchas de ellas dedicadas a la villa de El Toboso por diferentes políticos e intelectuales.
Se conserva un facsímil de la primera edición de Juan de la Cuesta de 1605 y como ilustradores figuran Gustavo Doré y Dalí, entre otros muchos.
Carmen García Royo
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