viernes, 16 de diciembre de 2011

RUTA LITERARIA: El fragor del agua III

Cuando llegamos a la Algecira unas notas al piano nos preceden a la entrada del caserío, avanzamos como unos descubridores por sus calles estrechas, recogidas, restauradas o mantenidas en su origen pero altivas en su posible ruina y habitadas gran parte de los fines de semana por los amantes de su terruño. Quizá vuelven tras la felicidad, que entienden, quedó en su casa estancada como los viejos olores en las alacenas, pero también se sienten como una piña, no quieren que lo suyo muera y juntos organizan la lotería de navidad con cuya recaudación subvencionan el coste de actos culturales y festivos de todo el año, además han rehabilitado también el horno, los lavaderos y un centro cultural.

Y orgullosos tanto de haber sido protagonistas en parte, del libro El Fragor del agua, como de que un maestro árabe de los RR.CC., tuviera allí sus aposentos.
Nos deja impactados y nos acercamos a ello, efectivamente en la parte superior de una ventana vislumbramos un blasón en altorrelieve con una granada en su centro. De igual manera, recalcan, Al-jazira tiene origen árabe y significa “isla”.
En verdad, la Algecira es una isla o más bien un paraíso, vienes de un paisaje árido como la carretera de Ladruñán, a un vergel con un microclima especial, atravesado por un Guadalope bordeado de numerosa vegetación salpicada de granados, olivos, rebollos y frutales de sugerentes colores. ¡Esto sí que es desconectar del mundanal ruido!
Además entre la sombra y la luz tamizada de sus orillas, una encrucijada de caminos se abre ante ti, donde libremente puedes tomar diversas alternativas.
Vueltos de espaldas a la corriente del río y mirando al frente, ya tenemos una, la Cueva Cambriles, mítico refugio sobre un gran risco, bastante desconocido hasta hace poco donde vivieron como ”topos” personas que querían salir de la zona republicana para evitar represalias.
Cambriles
De esto saben mucho los vecinos de los alrededores y allí mismo, junto al Guadalope, tuvimos la suerte de hablar con, llamémosle Julia por ejemplo, una mujer que sorteando el murmullo de las aguas, nos relata cómo su abuelo había sido el enlace durante mucho tiempo de los allí refugiados: les llevaba comida, noticias de los pueblos o hacía de correo, pero que curiosamente, si pasaron a lo largo de la habitabilidad de la cueva cien personas, solo una, un veterinario de ZA terminada la contienda iba de vez en cuando a verlo y a agradecerle su actuación, ya que para salvarlos puso en peligro su propia vida y la de su familia.
Por supuesto habrá miles de versiones en torno a este retazo de historia porque el Diario de la sociedad secreta que allí se constituyó nunca se ha encontrado.
El autor de este libro -Giménez Corbatón-, junto a Pedro Pérez y a cargo de “Amarga Memoria” han editado un libro titulado Cambriles.

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