La encontró en el balcón, con su chal azul, de punto, encima del camisón blanco que brillaba a la luz platinada de la noche.
-Vas a deshora.
-A Castelbejal.
-¿Qué te lleva por allí? ¿El de la mula es Próspero? Vaya por Dios.
-Voy a enterrarlo
-Vaya por Dios.
La Purisma miró la Carcama.
-A veces la tormenta arrambla con todo lo que encuentra a su paso. Fíjate mañana por la mañana: falta el enebro más viejo, el de debajo de la Peña del Cuchillo, la que indica mediodía cuando hay sol si uno sabe leerla. Estaba y ya no está.
Ya me fijaré, Concha, ¿subirás a verme alguna vez?
-Vaya que sí. En cuanto pase la siembra he de subir. Con la faena que hay ahora, no se puede parar.
***
Desde la Algecira, a orillas del río Guadalope es fácil imaginar el ventanuco-balcón desde donde la Purisma, la mejor amiga de la vieja, la arroparía con sus palabras esa madrugada en que llevaba a su hombre a casa de Ismael para poder darle tierra dignamente.Su dolor sería grande pero su actuar está en todo momento regido por la cabeza, asimilando la muerte como un proceso natural como mujer sobria y recia que es, acostumbrada al sufrimiento, a la soledad y al silencio de las montañas.
Entra sencillamente en el juego dialéctico de la vida y la muerte al igual que con su amiga Concha, La Purisma, pues sabe que nunca subirá a verla a la masada, tiene desde hace muchos años una pierna tiesa y pegada al cuerpo como un hierro, lo que le dificulta para realizar hasta lo más esencial, que según dice ella es ”echarle a las gallinas”; pero a la vieja le gusta sentirse apreciada y seguirle la narración de los aconteceres y juegos entre los masoveros . La conversación sea cual fuere es buena, sobre todo cuando la soledad aprieta.
Y es que desde allí, desde su puesto de vigía, mirando la Carcama, muro rocoso cuyas paredes se elevan al cielo varios centenares de metros, crees oír el retumbe de los truenos en los días veraniegos e incluso llegas a pensar que el “Buzón “ piedra agrietada en su centro, de ahí el nombre, y el “Puntal”, vértice erosionado hacia el infinito, son producto de estas luchas telúricas, que se desencadenan entre gigantes y polifemos por el dominio de la montaña.
También es fácil de imaginar, al contemplar estos picos, por qué caminos estrechos y pedregosos bajaría la vieja desde la umbría hasta Castelbejal, tirando del ramal y llevando a lomos de su mula Rosa esa carga tan preciada; para subir horas más tarde con el leve peso de su ataúd, donde dormiría cada noche desde entonces, para evitar que nadie volviera hacer la romería fúnebre que ella inauguró.
No puedo dejar de pensar en la similitud que existe entre esta mujer sin nombre propio aparente, aunque “la vieja” lleva ya implícita para siempre su eterna identidad, y Pilar, la hermana de “José, el hombre del Pirineo”, aunándolas en su dignidad ensoledada cuando ambas, sin el hombre de la casa, deben encargarse de mantener una herencia de siglos.
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