Una cálida tarde de verano con un sol que brillaba como el oro y un cielo claro como el mar.
Sobre las seis y media de la tarde una gran masa de personas, adultas todas, predominan las personas de 20 a 25 años, todos salían del cine.
Todas o la mayoría de aquellas personas que salían de aquella oscura sala estaban contentos pero aterrorizados a la vez, tras ver una película de terror. Todos salían de la sala o bien con bebidas de marcas conocidas, palomitas en recipientes de todos los tamaños, o grandes bolsas de gominolas.
Todas aquellas personas salían del gran cine acompañadas y dirigidas por el acomodador; que llevaba un uniforme compuesto por un polo rojo, unos pantalones negros muy bien planchados, unos zapatos negros que relucían de lo limpios que estaban y con pinta de ser bastante incómodos, una linterna en la mano capaz de alumbrar toda la sala desde una pequeña esquina del cine. El acomodador era un chico simpático, alto, delgado, moreno y con unos grandes ojos marrones que brillaban como diamantes.
María Blasco (4ºA)
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