La calle principal de la ciudad estaba completamente vacía y silenciosa. No había ningún alma que rompiera la tranquilidad de la calle en aquella calurosa tarde previa a las vacaciones de verano. Todo estaba siendo muy apacible hasta que sonó la alarma que marcaba el final del periodo laboral en uno de los edificios repletos de oficinas. Desde la calle se podía escuchar como una multitud, deseosa de comenzar sus vacaciones, rompía el plácido silencio con fuertes pisotones en todos y cada uno de los escalones que llevaban a la salida. La primera de los cientos de personas que dirigía la multitud golpeó con brusquedad la puerta y desde ahí y durante los posteriores cinco minutos la calle aparentó contener una manada de antílopes corriendo en grupo hacia sus coches. Tras unos minutos de tempestad todos los trabajadores habían partido hacia sus hogares y la calle volvió a su habitual estado de sosiego.
Diego Sánchez Lanza (4ºA)
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