Los primeros versos del poema “Bilbao” de Blas de Otero resumen el sentimiento contradictorio que provoca la ciudad en sus poetas.
También la opinión de las gentes de Bilbao hacia sus poetas tiene sus pros y sus contras, aunque hoy, casi todo queda bañado por la pátina nacionalista. De igual forma, mi impresión hacia la ciudad desde la primera vez que llegué allá por los años ochenta, ha ido cambiando. Lo primero que encontré a la entrada, antes de bajar la cuesta hacia la plaza de Zabálburu, fue un “grafitti” enorme que decía “Bienvenido al museo de los horrores ecológicos” y en gran parte era verdad porque la ría aparecía como un mar negro al pie de los altos hornos, muelles oxidados y desvencijados y ruinas silenciosas se hacinaban a los dos lados del Nervión durmiendo la suerte eterna, todo ello cubierto por la niebla gris de la contaminación que se agarraba a los montes tapando el “botxo” bilbaíno.
Pero actualmente el panorama ha cambiado radicalmente, la ciudad, incluso en los días tristes, es luz, arte y poesía.
¿Poesía? ¿Ruta literaria? Pues sí, porque en ese despertar cultural algunos se han dado cuenta de que aunque no posean un café Gijón madrileño, hervidero de intelectuales a la búsqueda de la fama o la empatía de la capital de España, sí que tienen, no uno, sino tres cafés que pueden gloriarse de haber conservado entre sus paredes las palabras y los pensamientos de renombrados escritores: Boulevard, Iruña y La Granja.
Tres locales donde a principios del siglo XX notables poetas bilbaínos velaron sus primeras armas: Juan de Larrea, Miguel de Unamuno y Ramiro Basterra. Asimismo nació y se movió por esta zona en su juventud Blas de Otero, uno de los autores más famosos de la posguerra.
Carmen García Royo
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