del Centro Penitenciario,
puede quitarnos la vida,
pues su precio es un denario.
Yo llegué con los ochenta,
fuerte y también lucido,
hoy ya rozo los sesenta,
peso menos que un silbido.
Trago como un ser maduro,
macarrones y espaguetis,
los garbanzos algo duros,
las protestas, son un mutis.
Atención me llama el huevo,
replanchados, fríos duros,
las chuletas de cordero,
son tabúes muy oscuros.
Sopas de ajo nos ofrecen,
y panceta avinagrada,
las patatas no se cuecen,
la repera consagrada.
No olvidemos el jabugo,
mal oliente y muy blandón,
los filetes de besugo,
los callos de este hotelón.
No digamos de los postres,
donde la fruta no brilla,
son natillas y danones,
lo que mi estómago pilla.
Borrachos no moriremos,
comer sin vino es proeza,
abstemios nos volveremos,
sin alcohol en la cerveza.
Con latas complementamos,
y algún sobre de fiambre,
productos que nos compramos,
así no pasamos hambre.
Quiero acabar ya la historia,
de viandas y menús,
esta comida es escoria,
preservemos la salud.
S.L.
Hay veces que la poesía, la rima, surge en los rincones y lugares más insospechados. Conozco un interno del Centro Penitenciario de Teruel que nos manda un retazo de su existencia entre rejas; nos acerca a los menús del penal y nos abre las puertas de su intemporal morada.
Agustín Sanz Vituri (padre de alumna)
Mil gracias, Agustín por compartir este trocito de vida con nosotros; las rimas inesperadas como esta, el lugar desde donde te ha llegado, y el ácido humor que destila impresionan.
ResponderEliminarUn saludo encarecido.