Nuestros 32 alumnos viajeros de 4º
ESO, acompañados por tres intrépidos profesores, regresaron ya del viaje de fin de etapa escolar a Sicilia: despegaron con
el avión desde Manises, en Valencia, rumbo a Catania, al este de la isla. Bajaron
el parque arqueológico de Neapolis, en Siracusa, y se internaron en la Oreja de Dionisio. Ascendieron en funicular hasta
casi la cima del volcán Etna, y observaron la luz cambiante de nubes viajeras y
carbón. Trasegaron por la bellísima Taormina, colgada en un precipicio, con su
anfiteatro griego mirando a la bahía cincelada por el mar Tirreno, y su larga y
ascética calle frecuentada por turistas. Surcaron el mar Tirreno hasta arribar
en las islas Eolias, recalando en las islas Liparo y Vulcano, que humeaba lento
y fatigoso por su cresta. Después se dirigieron hacia el oeste, camino de
Palermo, y atravesaron unas tierras verdes, fértiles y onduladas, mojoneadas de
altas montañas elevadas con esmero; en algunas se retrepaba algún poblado
seguro que cargado de historia. Tierras preñadas de olivares y viñedos, a veces
salpicadas de adelfas con flores fucsias en el regazo de los valles, y vistosas retamas (oleandri les llaman allí) festoneadas de un amarillo intenso. Y se
patearon Agrigento: por una meseta con vistas al mar recorrieron a golpe de
guía el Valle de los Templos, parapetados bajo los olivos, asolados por un sol
abrasador, a la vez que asombrados, frente al templo de La Concordia (del siglo
V a. C., el único que se mantiene en pie), por el profundo sentido
arquitectónico de los griegos, por la perfecta armonía y contundente belleza de sus edificios. Les
será difícil olvidar sus columnas dóricas…
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