Eva Caldú está colaborando con una ONG española con programas de desarrollo en Nepal. Durante su estancia nos contará el día a día de otra realidad.
El día 7 a las 11 de la mañana
aterrizo en el aeropuerto de Katmandú.
Es pequeño y muy desastroso. Tras
obtener allí mismo el visado, acudo a la salida y el responsable de la organización
estaba esperándome. Me llevan en un taxi
destartalado por las calles de Katmandú hacia el albergue. El tráfico es un desastre, los coches pitan
sin parar y sin motivo alguno, la gente cruza por las calles jugándose la vida,
en medio de todos los coches. Es una
ciudad muy sucia y ruidosa. Me cuentan
que la planificación urbanística nunca ha sido su punto fuerte, por eso, el mero hecho de que la
ciudad siga avanzando es una prueba irrefutable de la paciencia y la
ecuanimidad de sus habitantes.
Por fin llegamos al albergue que,
sorprendentemente, está bastante bien, al
estilo de un albergue español de los del Camino de Santiago. Me reciben con una especie de oración y poniéndome
la tica, que aquí las mujeres suelen pintársela por belleza o para indicar que están
casadas, dependiendo del lugar de la frente donde se pinte. Yo empiezo a alucinar…
Somos cuatro voluntarios: otra española,
una holandesa, un brasileño y yo. El primer día es de relax, me
explican los proyectos que están llevando a cabo y simplemente es una toma de
contacto con el país y su gente. En
estos momentos trabajan en cuatro proyectos: uno es en un asilo ayudando a las
tareas domésticas, otro en un orfanato ayudando a los niños a hacer deberes y
jugando con ellos, otro es enseñando inglés a mujeres desempleadas y con muy
pocos ingresos (ganan 5000 rupias al año que vienen a ser 50 euros) y otro enseñando
inglés en un colegio público. Me dicen
que donde más gente necesitan es en el asilo, así que a partir del día
siguiente voy a ir a colaborar al asilo por las mañanas y por las tardes al
orfanato.
Esta todo bien organizado y para
cada proyecto hay un coordinador que nos guía y nos acompaña en todo momento.
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