Y por fin, arribamos a Colliure, un pueblo
que vería Machado pero que no se parecería en nada a la ciudad en que se ha
convertido en la actualidad. José, su hermano que también va con él al exilio
junto a su madre, nos cuenta que tras una noche en Cerberè, caminan desde la
estación de Colliure al pueblo y por la ancha calle que lo cruzaba y que terminaba
en el mar, llegan a la plaza principal donde ante un pequeño arroyo se levanta
el coqueto hotel Bougnol-Quintana en el que se alojaron, encontrándose con una
dueña solidaria y con deseos de
ayudarles.
Estas notas fueron escritas por José Machado en Chile en 1940
sobre las últimas soledades del poeta:
“No podía sobrevivir a la pérdida de España. Tampoco sobreponerse a la angustia del destierro. Este fue el estado de su espíritu el tiempo que aún vivió en Colliure".
Sin embargo, unos días antes de su muerte, me dijo ante el espejo, mientras trataba en vano de arreglar sus desordenados cabellos:
“Vamos a ver el mar”.
Sin embargo, unos días antes de su muerte, me dijo ante el espejo, mientras trataba en vano de arreglar sus desordenados cabellos:
“Vamos a ver el mar”.
Esta
fue su primera y última salida. Nos encaminamos a la playa. Allí nos
sentamos en una de las barcas que reposaban sobre la arena. El sol de mediodía
no daba casi calor. Era en ese momento único, en que se diría que el cuerpo
entierra su sombra bajo los pies.”
Al cabo de un
largo rato, señalando una de las humildes casitas de pescadores, le dijo a su
hermano:
“¿Quién
pudiera vivir tras una de esas ventanas,
libre
ya de toda preocupación”.
Después se levantó trabajosamente y en silencio, regresaron al
hotel.”
Dice su hermano José en estos escritos que desde París se
comunicó el llevar a cabo el entierro en la capital de Francia, pero que
conociendo a Antonio, preferiría el pueblo que lo había acogido.
Y añade, que al
entierro acudió todo el pueblo, con su alcalde a la cabeza, “pero lo más
emocionante fue que seis milicianos, envolviendo el féretro con la bandera de
la República española, lo llevaron en hombros hasta el cementerio para dar los
últimos honores al hombre de letras”.
Algunos días
después, José halló un papel arrugado en el gabán del poeta. En él había
escrito a lápiz tres anotaciones: la primera reproducía en inglés las palabras
con que comienza el famosos diálogo de Hamlet: “Ser o no ser”. La segunda tenía
solo un renglón. Pero en este renglón se veía escrito el último verso que
escribió en su vida. Dice así:
“Estos
días azules y este sol de la infancia”.
Cuando
visitamos el cementerio, vemos que este se encuentra integrado ya en el casco
urbano de la ciudad. Justo a la entrada se encuentra la tumba, que no es la de
origen porque en un principio la dueña del hotelito del pueblo les cedió la
suya para enterrarlo, debido a que ellos no podían pagarse una, pero luego la
Asociación que cuida y mima todo lo relacionado con el poeta y que lleva su
nombre, le preparó una tumba en tierra, sobria y sencilla y por ello rebosante de dignidad, siempre llena de frases, poemas,
recuerdos, banderas republicanas, textos de homenajes de institutos españoles,
de grupos de amigos y de personas que tienen a Machado como un referente.
Por ejemplo en
1959, XX aniversario de su muerte se vivió allí uno de los hitos promocionales
más importantes de aquella generación de autores, hoy clásicos: Blas de Otero,
J. Agustín Goytisolo, Ángel González, J. Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma,
Alfonso Costafreda, Carlos Barral y José Manuel Caballero Bonald, el único vivo
de aquel encuentro y que recuerda la figura de Machado con estas palabras:
“Se convirtió para
todos nosotros en el paradigma de una filosofía social y un enfoque crítico de
la cultura que coincidía con el programa poético que entonces se intentaba
movilizar. Sus actitudes humanas y políticas, su figura intachable de defensor
de la República, supuso un punto de referencia ideológica tan oportuno como
integrador”.
Habría que
aclarar que de tanto oír su nombre, sus poesías de la época soriana y las
cartas de la tal Guiomar, mucha gente ni lo ha descubierto ni ha valorado su
lucha por la libertad, su ideología de defensa de la democracia y toda su
trayectoria durante la II República.
¡Por fin estoy aquí!
Y evocar la soledad de ese final trágico junto a su madre,
enferma y enterrada a los tres días junto a él en la tierra que los adoptó,
sentarse y leer un poema, e incluso dejar un mensaje en un buzón discreto que
hay a un lado de la tumba, como bagaje sentimental de los miles de peregrinos
machadianos que por ahí pasan todos los
días.
Desearías estar rato y rato, no querer irte
¡Has peleado tanto y tanto por llegar hasta aquí¡
Y
cuando llegue el día del último viaje,
Y
esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
Me
encontraréis ligero de equipaje,
Casi
desnudo, como los hijos del mar.
Luego quieres relajar tu mente frente al mar desde el
magnífico castillo, esa mar que el también contempló sabiendo cercana la
muerte, despejándote para asumir esa transición y proseguir la ruta más allá de
Machado, pues ya que estás ahí, se puede seguir, seguir… haciendo caso al
poeta:
“Caminante
no hay camino,
se
hace camino al andar”
Carmen García Royo y J. Serafín Aldecoa
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