La muerte de Beatriz, Rossetti |
Estoy cansada de palabras vacías, de conversaciones que no me llenan, de risas falsas. Solo puedo pensar en ti día tras día. A veces pienso que me estoy volviendo loca cuando salgo a la calle y me parece verte por aquella esquina en la que nos conocimos aquel día de invierno. Nunca olvidaré ese día, pero ahora recordarlo me hace daño.
No quiero salir de casa, quiero encerrarme en nuestra habitación y recorrer todas las noches abrazada junto a ti, pero entonces vienen esos a los que tengo por amigos, esos que creen que me conocen y que creen saber lo que necesito, y me sacan a rastras a restaurantes, bares, o a cualquier sitio. No entienden que lo único que quiero es estar cerca de tu recuerdo, de tu amor, que no quiero ninguna de esas cosas estúpidas que alguien algún día inventó. Pues, ¿de qué sirve un restaurante si no estás con el chico al que amas en la mejor velada de tu vida, por ejemplo?
No entiendo por qué nadie entiende las cosas así. Día tras día, ella viene a mi casa, la que lleva una pulsera idéntica a la mía, que dice que somos mejores amigas. Pero ella tampoco me entiende, ella también me dice día tras día con una sonrisa incansable mientras me abraza que tengo que salir, olvidarme de ti, que ya encontraré a otro. No entiendo a qué viene tanta insistencia en que encuentre a otro. ¿Por qué no me dejan seguir manteniendo tu recuerdo a mi lado?
Te extraño, y te necesito aquí, a mi lado, sacándome esa sonrisa que solo podías sacarme tú. Necesito de tus consejos, tus caricias, necesito tu amor, sentirme protegida por alguien... Tú sabes que siempre necesité estar rodeada de amor, pero ahora te has ido sin decir adiós dejándome el peor recuerdo de toda mi vida, aquel día cuando desperté y tu corazón había dejado de latir. Dime, ¿qué debo hacer ahora? ¿Esperar a reunirme contigo, si es que eso existe? Te necesito... te necesito, amor.
Por favor, haz algo para estar junto a mí pronto. Despierta, porque no sé si podré aguantar más días viniendo a este edificio blanco y deprimente, abrir la puerta en la que tu cuerpo dormido, aparentemente sin vida, descansa, y hablarte y tocarte solo porque unos médicos dicen que es bueno para tu recuperación. Pero yo cada día tengo menos esperanzas de que eso ocurra, y tengo miedo al día fatal. No puedo seguir así, viéndote ahí mientras las lágrimas surcan mis mejillas. Necesito tus manos limpiándome la cara, tu boca diciéndome que no llore, que no tengo que llorar por nada ni nadie. Necesito que despiertes, y necesito que despiertes ya.
Marta García Bugallo
(3SC)
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