Cuando en 1929 Fritz Lang estrenaba la película La mujer en la Luna no solo ponía una astronauta en ella y equiparaba su papel al de sus compañeros, también hacía un homenaje visual a la lectura, a la relación entre la ficción y la realidad. Como un quijote persiguiendo el universo de los libros, el chico de la cinta lee, lee, y se embarca en la nave que le llevará tan lejos como lo hacía la lectura.
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