Estamos en otoño y el suelo es como un tapiz feminista, las merederas (parecidas a nuestras flores del azafrán) andan en pleno apogeo, los árboles amarillean unos, enrojecen otros o se visten de trajes elegantemente amarronados para despedirse del verano, pasado ya hace semanas en estos lares pirenaicos.
Nosotros también nos despedimos por segundo día de ellas, allí han quedado confidencias de la muerte de su hermano y marido respectivamente, hermanos a la vez entre sí, José y Manuel; de su entierro en el cementerio de Fosado, con lo que habrían deseado tenerlos con ellas; de sus trabajos sobre madera, no solo cucharas, también esculturas románicas de cristos, de objetos domésticos, de recuerdos…
De la recolección y conservación de frutos para el invierno, de sus distracciones, Pilar más recelosa, Olvido eufórica como una niña de Salamanca, que trabajó en Barcelona y tras dos años de correspondencia con Manuel se vino a vivir aquí, pero contenta porque ella en su tierra siempre vivió también en el campo. Hasta hicimos un trueque, ellas unas cucharas de madera, nosotros fruta fresca de la que allí no se cultiva.
Nada más ver la portada del libro, me sedujo José pero como no lo conocí en persona, murió en el año 2001, no puedo opinar, pero sí puedo confesar que ambas mujeres me impresionaron muchísimo y si tuviera que hacerles un panegírico sería:
“A Pilar y Olvido, las matriarcas del Pirineo”.
Qué riqueza de vida interior para convivir con su soledad, con sus silencios infinitos en las largas noches de invierno, qué rasmia para levantarse cada mañana y hacer del mismo sol un nuevo día, o qué energía para seguir manteniendo el patrimonio familiar y las tradiciones con tanto esmero en esas ásperas sierras, aunque llenas de una belleza imposible, a la cual ellas están abiertas a pesar de que sea su existir cotidiano.
Qué saber no escrito, qué fortaleza y autonomía, que sin querer las hace protagonistas de unas historias individuales en los albores del siglo XXI y eso que este siglo está esbozado hacia un devenir colectivo.
Y siguiendo con nuestro cantautor más entrañable, J. A. Labordeta, pienso que bien podría haber compuesto para ellas…o bien lo sentí yo así.
Siempre te recuerdo vieja
nunca te podré olvidar
eternamente paciente,
zurciendo la eternidad.
nunca te podré olvidar
eternamente paciente,
zurciendo la eternidad.
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