miércoles, 15 de junio de 2016

ELLOS YA NO ESTABAN, por Isabel García Asensio

Ese día me levanté muy temprano. Tenía mucho sueño porque la noche anterior mis padres habían estado discutiendo y mi hermana mayor, Bashira, llorando.
Sabía que nos teníamos que ir de Alepo porque papá y mamá decían que las cosas no iban bien. Me habían dicho que iba a hacer muchos amigos nuevos y que podría ir al colegio otra vez. Estaba emocionada y nerviosa, a lo mejor hasta llegaba a tener tantos amigos como Bashira.
Toda la casa estaba vacía y la ropa estaba metida en unas bolsas enormes desde hacía unas semanas. Aquella madrugada mi padre nos obligó a comer muchas galletas y a rezar. Al terminar, cogí mi peluche y nos fuimos.
Nos reunimos con bebés, adolescentes, madres, padres y ancianos, ¡qué ganas! ¡seguro que contaban historias entretenidas!
Comenzamos a andar y nadie decía nada. Era un silencio incómodo y yo necesitaba hablar con alguien, así que fui con mi madre:
-¡Mamá! -le dije- ¿a dónde vamos?-; ella me miró y suspiró: -¿te acuerdas de esas fotos que teníamos en el comedor? -asentí con la cabeza- ¿de un viaje que hicimos papá y yo?
- Sí- le dije.
- Pues vamos allí. -y se le escaparon unas lagrimillas. Yo me marché porque no me gusta ver llorar a mamá.
Me acerqué a mi padre y le pedí que me cogiera, pues me dolían mucho los pies, pero él no respondió. Siguió caminando sin mirarme a la cara.
Llevábamos varios días andando. Me había hecho amiga de una niña que se llamaba Leylak, era muy simpática. La mayoría de ancianos no seguían con nosotros y era una pena porque me caían muy bien. Mis padres apenas hablaban y mi hermana estaba muy triste. También se me habían roto las zapatillas y mi peluche estaba muy sucio.
Era de noche cuando llegamos a un puerto. Estaba todo muy oscuro y vi a mi padre hablando con unos hombres. Les estaba dando papeles; ¡ah! ¡ya sé!, eran los billetes que guardaba en el estante más alto de la cocina, ¿por qué se los daba? Yo seguía sin entender nada, así que fui a hablar con mamá.
-¿Adónde vamos ahora? ¿vamos de crucero o algo así?
- Sí, algo parecido -suspiró y susurró - cariño, ponte esto. 
Y me dio un chaleco naranja, seguro que íbamos a un hotel y a una cena con señores muy elegantes y me tenía que poner muy guapa.
Photo: UNICEF/GEORGIEV
Nos metimos a una barca. Yo tenía mucho frío, pero cerré los ojos e intenté soñar algo bonito.
Cuando me desperté, ya era de día. Estábamos cerca de una playa en la que había mucha gente vestida con chalecos de colores muy llamativos. Cada vez nos acercábamos más a unas rocas y en ese momento los hombres me cogieron. Empecé a patalear. Mis padres siempre me decían que no hablase con desconocidos y ahora un extraño me coge, ¡y no hacen nada!
No paraban de sonreírme y darme golpecitos en la nariz, hasta que vino mi madre y me llevó con todos los demás.
Estábamos en un campamento con vallas, muchas vallas y sin la cena, ni personas elegantes. Había ancianos y muchos bebés. Yo no veía ningún hotel, solo tiendas de campaña y hogueras. Todo olía muy mal.
Los hombres con chalecos nos asignaron una tienda de campaña. Mi madre estaba muy triste, mi padre tenía la mirada perdida y Bashira dormía.
Habían pasado varias semanas y seguíamos en la tienda. Allí, la gente estaba apagada y afligida. Los hombres con chalecos eran muy buenos; a los más pequeños nos enseñaban a dibujar y siempre regalaban juguetes.
Esa mañana no quería ir a dibujar porque los niños del campamento eran muy malos conmigo y decidí ir a dar una vuelta yo sola.
REUTERS / Pascal Rossignol
El sitio donde estábamos era muy grande, pero como había mucha gente parecía diminuto. Las vallas estaban llenas de pancartas que yo no entendía y al otro lado, unos hombres corpulentos que llevaban pistolas, cascos y unas tablas, como si fueran guerreros, permanecían de pie. Me quedé observándoles hasta que uno de ellos me habló, pero yo no le entendía. Sacó un caramelo de su bolsillo y me lo dio. Y de repente mucha gente empezó a darle golpes a la alambrada, no paraban de gritar y yo quería irme de allí. Me estaba empezando a agobiar y no podía respirar. Me dieron un golpe muy fuerte y me caí al suelo.
Solo recuerdo que me levanté en otro lugar muy distinto. Era una casa. Mis padres estaban tristísimos y Bashira no estaba. Mamá me contó que cuando yo estaba en la valla, la gente había ido a protestar y los hombres con casco le habían hecho daño a Bashira. Y Bashira ya no estaba.
Yo empecé a ir a la escuela y los niños de mi colegio se metían conmigo. Cuando papá y yo íbamos por la calle la gente nos miraba mal y a veces hasta nos insultaba. Pero ya no estábamos en ese horrible campamento. Estábamos en Berlín, pero Bashira no, Bashira ya no estaba. Ni los abuelos. Ni el vecino que siempre nos daba galletas. Ni Leylak. Ni los ancianos. Ni mi maestra. Ni el médico.
Ellos ya no estaban.

Isabel García Asensio
Isabel García, junto a 20 compañeros más del instituto, participó en el documental que se expone en el Museo Provincial de Teruel hasta el 19 de junio. Aún estáis a tiempo de verlo.

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