sábado, 26 de abril de 2014

PEQUEÑAS HISTORIAS DE LA VIDA (I)


Cuando le pregunté a mi bisabuela, enferma de Alzheimer desde hace años, sobre la guerra que vivió siendo una niña, me sorprendió no obtener su habitual respuesta, la que da la mayoría de las veces, le preguntes lo que le preguntes. No me respondió un “no me acuerdo”. Guardaba en su cabeza algunos recuerdos de esos tristes años y, conforme tanto ella como mis abuelos me relataban sus experiencias, me di cuenta de que la guerra no es algo que se olvida fácilmente.
MI BISABUELA MATERNA:
Vivíamos en Valencia, en la plaza del Pilar. Yo me iba con mis hermanas a “espigolar” (recoger los restos de las cosechas), porque en esos tiempos no vendían nada, solo cambiaban alimentos por alimentos.
Mis padres tenían la cantina del cuartel, y cuando no teníamos comida, los soldados nos daban trozos de pan. Cuando los soldados se iban de maniobras estábamos toda la noche haciéndoles bocadillos y patatas fritas para que se lo llevaran.
Cuando vino la guerra hicieron un refugio para los soldados, y cuando tocaban las sirenas dejaban entrar sólo a las mujeres y niños. Mi padre tenía que quedarse sólo en casa, y me daba mucha pena, por lo que muchas veces me quedaba con él y me metía en el hueco de la escalera y me decía “ven aquí, que estaremos refugiados” menos mal que no cayó ninguna bomba.
MI ABUELA MATERNA:
Mi padre se fue de voluntario con dieciséis años a la guerra, sé muy pocas cosas de esos años en la vida de tu bisabuelo, una de ellas es que él estaba a favor de los nacionales, pero como Valencia estaba en zona republicana, le mandaron combatir con ese bando, pero él hizo todo lo posible para cambiarse.
También sé que a los soldados les colocaban en distintas ciudades para comer y dormir, y a él le tocó en Enguera (Valencia), donde le llamaban “el xiquet” por lo joven que era. Aún mantengo la relación con la familia que le acogió.
Mis abuelos tenían una casa muy grande en Serra, que tenía incluso un refugio. Cogieron la casa como cuartel, tanto los nacionales como los rojos, primero unos y después otros. Ambos les requisaron todo lo que había en la casa de valor, y mi abuela metió las joyas que les quedaron en la chimenea, con la esperanza de que ahí no las encontraran. Pero llegó el invierno, y al encender la chimenea, todo lo que había escondido se quemó.
Respecto a eso, mi abuela siempre decía que no había un bando bueno y otro malo, que lo mismo le habían robado los unos como los otros, y que el mismo mal les habían hecho.
Al terminar la guerra, la gente veía a un soldado andar hacia el pueblo e iban avisando “por ahí viene un soldado” y, conforme se fue acercando, se dieron cuenta de que era tu bisabuelo que volvía de la guerra.
Yo nací en el año 1942, mis padres me daban biberón y, cuando se les acababa la leche, no sabían de donde sacar más, y tenían que recorrer muchas tiendas en busca de leche.
Ya cuando era más mayor y tenía edad para ir a por el pan sola, me acuerdo que tenía una cartilla de racionamiento, y te la sellaban para que no pudieras comprar más de una barra.
Delia Mínguez (4ºB)

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