lunes, 25 de octubre de 2010

ELECTURAS: EL PRIMERO DE LA CUERDA

Cuando el lamento del viento es la única respuesta
Roger Frison Roche: El primero de la cuerda, Editorial Juventud, 1942 Signatura N (FRI) pri
Esta novela, publicada en España a los pocos meses de su aparición en Francia, y que ha alcanzado los tres millones de ejemplares, retrata la vida de los guías y montañeros que pasaron su vida peleando con la montaña en los alrededores del mazico de Montblanc. Curiosamente, el relato nació en el desierto de Argelia, bien lejos de los Alpes, cuando su autor, Roger Frison Roche, entonces joven periodista, recibió el encargo de escribir una historia que animara a los jóvenes que se tenían que incorporar a la guerra que acababa de comenzar en Europa.
Nada podía hacer imaginar a Frison Roche la dimensión de lo que escribió. En seguida, la obra fue traducida a numerosos idiomas, y en el caso de España, no dejó de ver nuevas ediciones hasta años recientes. La última, a cargo de la editorial del grupo Barrabés, conocido en el mundo de los aficionados a la montaña, que la lanzó como la “primera gran novela de ambiente alpinístico”, algo más que un elogio, si tenemos en cuenta la importancia de esta empresa (basta visitar su página web para hacerse una idea).
De las páginas del ejemplar que podemos leer en la biblioteca del Chomón, oscurecidas por el paso del tiempo, se desprende la ilusión que motivó al autor a escribir en un ambiente bélico en el que trató de resaltar las virtudes de las personas que viven en y de la montaña, como si quisiera exaltar la necesidad de trabajar en equipo para lograr un fin común. Las descripciones, en una traducción que probablemente habrá sido revisada en ediciones posteriores, son majestuosas; el Montblanc, “tan alto en el aire, parecía lanzar como un desafío a las pupilas de los alpinistas”, y no falta el encuentro de los protagonistas con las dificultades, la desgracia y la muerte, con la consiguiente angustia de los componentes de las diversas cordadas cuando llega a sus oídos el rumor de un accidente en una pared vertical o en un barranco.
Para los amantes de la montaña, acostumbrados ahora a materiales sofisticados y posibilidades de comunicación increíbles gracias a los satélites, es interesante conocer los medios precarios que utilizan los alpinistas de la época. Cazadoras de cuero, mochilas atadas con cordones difíciles de atar o desatar a temperaturas increíbles, cuando los dedos pierden toda sensibilidad, iluminación a base de bujías... y sobre todo, la relación de los guías, jóvenes montañeros nacidos en la zona de los Alpes, con sus clientes, tan poco experimentados en el alpinismo que a veces incluso alquilan el par de botas con el que habrán de emprender la ascensión, o simplemente desean batir marcas.
El relato de Frison Roche tiene vida, pese a los años que lleva en los estantes de nuestra biblioteca. Nos recuerda que la montaña está viva, desafía a los humanos y de vez en cuando se venga “para probar a conciencia que es una gran montaña”. El título de estas líneas es del propio autor de la novela. Ah, y (cómo no) se convirtió en una película que habría que tratar de conseguir (pulsa en la imagen para ver un fragmento).

Rafael Esteban Silvestre

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